lunes, junio 23, 2008

Quiero ser europeo

Por estos días este espacio cumple dos años de estar al aire y casualmente coincide con las primeras 20.000 visitas -aunque la única casualidad sea el número dos en cada una de las cifras.

Una de las primeras entradas que aparecieron en este espacio era una que se titula "Quiero ser una vaca", hoy, para seguir con el tema planteado en ese texto, traigo a colación este artículo publicado en El País de España. El título podría ser "Quiero ser un europeo" sin que se pierda continuidad en el tema y sin ninguna intención de buscar el chiste fácil. En ambos casos coincido totalmente con los autores, en el tono en que dicen las cosas y las cosas que dicen.

Gracias por su compañía

omchamat


PD1. En otras entradas relacionadas con este tema -y para aportar otros puntos de vista- he defendido el consumismo, he propuesto una receta para limpiar la conciencia, he descrito la democracia es un espejismo que no se deja atrapar o tal vez lo que pasa es que el mundo no es justo y punto.

PD2. Durante las próximas semanas pre-vacacionales la actualización de este espacio no será tan frecuente como viene siendo... de todas maneras seguiré esperando sus visitas.


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Europa
Enric González 19/06/2008
No aspiro a ser justo, ni siquiera digno. Soy europeo y sólo aspiro a seguir siéndolo. Aspiro a una vida sin sobresaltos. Aspiro a la sanidad gratuita, al subsidio de desempleo, a que mis hijos gocen de la mejor educación posible a un precio simbólico, a una pensión generosa cuando me retire. Aspiro a la máxima seguridad y a unas calles limpias. Aspiro a que el paisaje rural sea hermoso y apacible, y a unos alimentos accesibles y de la máxima calidad. Aspiro a preservar la naturaleza que me rodea.

Ya, ya sé que la política agraria europea, con sus casi 50.000 millones en subsidios anuales, crea un paraíso artificial y frena las importaciones africanas. También sé que aplicamos aranceles sobre los productos más competitivos de los países en desarrollo. Y sé, por supuesto, que de vez en cuando inundamos el mercado mundial con nuestros excedentes alimentarios, y acabamos de arruinar a los países pobres. Pero eso es indispensable para que Europa siga siendo la dulce Europa, con su campiña, su paz social y sus segundas residencias.

Los inmigrantes seguirán llegando, no crean que lo ignoro. Necesitamos bastantes para hacer ciertos trabajos y para aplicar sin grandes conflictos la jornada semanal de 60 horas. Nuestro objetivo ahora, como europeos, consiste en ponerles las cosas difíciles a los clandestinos, o sea, a esos que de momento no necesitamos. Que sepan que Europa, la cumbre de la civilización, sabe ser dura cuando conviene. Que sufran el desprecio, el encierro y la deportación. Que se vayan a otra parte. Resulta desagradable, por supuesto. Pero es indispensable para que Europa siga siendo la dulce Europa, la Europa que amamos.

Me gustó que el Telediario de La Primera, ayer, no concediera rango de portada a la ley contra la inmigración clandestina, aprobada por el Parlamento Europeo. Tenemos la Eurocopa. ¿Para qué crisparnos? No aspiro a ser justo, ni siquiera digno, ya lo he dicho. Soy europeo.

Mientras unos quieren no ver, otros quieren ser vistos

Quien tire la primera piedra quien haya entrado a casas hechas de desechos urbanos (escombros de demoliciones, puertas de vehículos...) y no se haya sorprendido de encontrarse en el medio de la sala-comedor-habitación-cocina-baño (todo es un mismo espacio separado en el mejor de los casos por una cortina pero unido por la mezcla única de todos los olores), un potente equipo de sonido o un televisor de última tecnología. Es casi imposible evitar el reflejo de pensar en el aparente sin-sentido de gastarse el dinero que no tienen, en cosas que, para los que tenemos la comida garantizada, nos parecen superfluas. Es verdad, cuesta de entender el sentido de esos actos. Sin embargo, es un hecho y se puede constatar mirando al otro lado de la barrera que hemos construido para no ver la realidad en que vivimos.

Sin querer encontrarle el sentido a ese sin-sentido, me tropecé con el texto que copio a continuación. Hace parte de un libro que a pesar de tener más de treinta años, en su conjunto sigue tan vigente como la misma pobreza a la cual se refiere manera indirecta. Es un relato hecho por uno de los servidores del emperador de Etiopía Haile Selassie (foto) -conocido por sus súbditos como "el Rey de Reyes, el León de Judá, el Elegido de Dios, el Muy Altísimo Señor, descendiente de Salomón"- a R. Kapuściński y cuyos libros ya he mencionado en anteriores entradas. En este relato se da una posible explicación al sentido de exhibir el dinero en una sociedad donde unos muy pocos tienen casi todo.

La interpretación que hago de este relato, es que en una sociedad tan desigual como en puede ser Etiopía o Colombia, el dinero puede tener dos funciones dependiendo si eres de los pocos que tienen algo, o de los muchos que no tienen nada. Para los primeros, te ayuda a volverte ciego para no ver como viven los otros; para los segundos, el dinero es una forma para hacerte visible, para ser reconocido. Mientras unos quieren no ver, otros quieren ser vistos. Y aunque esto pueda ser cierto cuando se habla de países concretos, si miramos el mundo en su conjunto, esto es perfectamente aplicable para la sociedad global en que nos encontramos inmersos: Los países pobres quieren parecer como ricos consumiendo las cosas que los ricos les venden, y los países ricos construyen barreras físicas y legislativas para no ver a los pobres que viven fuera de sus fronteras.

En fin, ya me estoy desviando del tema. Aquí queda el texto.

Gracias por su compañia

omchamat

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"¿Sabes que significa el dinero en un país pobre? El dinero en un país pobre y el dinero en país rico son dos cosas diferentes. En un país rico, el dinero es un trozo de papel con el cual tu puedes comprar productos en el mercado. Tu eres tan solo un cliente. Incluso un millonario es tan solo un cliente que puede comprar más, pero seguirá siendo un cliente, nada más. ¿y en un país pobre? En un país pobre, el dinero es una maravilla, es una gruesa barrera, deslumbrante y siempre floreciente, que te separa de todo lo demás. A través de esa barrera tu no ves la desagradable pobreza, no sientes el hedor de la miseria y no oyes las voces suplicantes de los otros humanos. Pero al mismo tiempo tu sabes que todo de eso existe, y te sientes orgulloso de tu barrera. Tu tienes dinero; esto significa que tienes alas. Tu eres el ave del paraíso que todo el mundo admira."

"¿Puedes imaginar, por ejemplo, una multitud reunida en Holanda tan solo para ver a un rico Holandés? ¿O en Suecia, o en Australia? Pero en nuestro país, sí. En nuestra tierra, si un príncipe o un conde aparece, la gente corre para verla. También correrán para ver a un millonario, para después decir "he visto un millonario". El dinero transforma tu propio país en un lugar exótico. Todo comenzará a asombrarte: la forma en que vive la gente, las cosas por las que se preocupan, y tu dirás "No, esto es imposible". Y esto es porque tu ya perteneces a otra civilización.(...) Tu comenzarás a volverte sordo y ciego. Te sentirás feliz de estar en tu civilización rodeada de esa barrera, ya que las señales de la otra civilización te seran tan incomprensibles como si hubieran sido enviadas por los habitantes de Venus."

The Emperor: Downfall of an Autocrat. Ryszard Kapuściński. Penguin Classics, 2006. pp. 44-45.

lunes, junio 16, 2008

Cuarenta años sin hablar alemán

En Europa hay un vivo debate sobre el fenómeno migratorio. Un debate que enciende ánimos, moviliza votantes, vende periódicos y que incluso, en algunas ocasiones, busca las maneras de enfrentar a este hecho, que bajo ningún aspecto es un problema como lo preguntan las encuestas. Se escuchan todas las voces, desde que las que dicen que todo es culpa de los inmigrantes, hasta que gracias a los inmigrantes se mantiene el estado del bienestar. Una de las propuestas para solucionar el dilema de los europeos, pero no de afrontar las necesidades de los inmigrantes, es la firma de un "contrato de integración", que varia según el país. Una propuesta que puso recientemente sobre la mesa el presidente de Francia Nicolas Sarkozy, un representante que se podría decir tiene su soporte en aquella masa amorfa que se sitúa a la derecha de la opinión pública, pero que José Zapatero, un representante del lado opuesto de Sarkozy, comienza a "dejar caer" en los medios de comunicación. Dentro de estos contratos se incluye un punto que consiste en que la persona se compromete a respetar las costumbres y valores del país donde llegue -que le acoja es otro tema que no tiene nada que ver con la llegada- y que además aprenda el idioma. Este último elemento, el del idioma, es un punto necesario e importante para la integración plena en la sociedad, pero no imprescindible como lo muestra el artículo que copio a continuación.

Desde donde escribo estás líneas, Catalunya, el debate sobre el uso y cuidado del catalán es pan de cada día. El dictador Franco intentó imponer el Español como única lengua de España, pero al menos en Catalunya fracasó en su intento. Hoy y a un costo, a mi parecer, excesivo tanto desde la perspectiva económica como política, se intenta reforzar y revivir el Catalán como lengua vehicular en Catalunya. De hecho, uno de los partidos que defienden más este idioma me da la impresión que en sus decisiones políticas priman el refuerzo de la cultura catalana y una eventual independencia de España, por encima de las necesidades sociales de quienes componen su cultura.
Este artículo que copio a continuación, creo que puede ser un instrumento de reflexión interesante tanto para quienes llegamos que pensamos que la única manera de integrarnos es mediante el idioma (es muy importante), como para los que defienden el contrato de integración o para los que priman el debate sobre la lengua sobre otras realidades, que a mi parecer, son más urgentes e importantes.

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Cuarenta Años sin Hablar Alemán
Por Rosa Montero
Aparecido en El País el 15/06/08

La velocidad a la que los humanos olvidamos nuestro pasado es desde luego asombrosa. Recibo dos álbumes, dos libros con el lomo cosido con espirales metálicas, confeccionados por la asociación Arco Iris de Basilea (Suiza). Se trata de una asociación de emigrantes españoles jubilados, es decir, de personas que decidieron quedarse en su segundo país y no volver. Los libros son unos trabajos primorosos y fascinantes. Uno se titula Tal como somos, y es una sólida encuesta sociológica hecha por ellos mismos sobre los residentes españoles de la zona mayores de sesenta años (en total, según sus cuentas, hay 336). El otro trabajo, titulado Tal como éramos: españoles en Basilea 1957-1980, cuenta lo que fue la emigración a través de testimonios personales y de un montón de fotos antiguas y maravillosas, retratos de bodas y bautizos, de fiestas con bailes regionales, del primer televisor comprado con esfuerzo, de la modernidad y el desahogo económico duramente alcanzados.

Y leo los libros y me quedo pasmada. Todo suena tan cercano, tan semejante a lo que ahora estamos viviendo desde el otro lado. Sí, desde luego, siempre que hoy se habla de la inmigración, hay alguien que, con sensatez, intenta recordarnos que fuimos un país de emigrantes hasta ayer mismo. Pero una cosa es decirlo y otra cosa verlo, leer sus testimonios, ver sus caras. En apenas una docena de años, desde finales de los cincuenta hasta principios de los setenta, más de dos millones de españoles salieron del país como emigrantes. Fuimos los ecuatorianos, los rumanos, los subsaharianos de la época. Dice uno de los jubilados de Basilea: “Muchos de nosotros llegábamos como ilegales y teníamos que esperar en una pensión de Saint Louis hasta que encontrábamos un puesto”. Y otro explica: “Yo pasé la frontera de clandestino. Recuerdo que un amigo mío que conocía bien el camino a través del bosque vino a buscarme y me colocó una mochila y unas botas dos números más grandes que me hicieron unas ampollas grandísimas. Así, disfrazados de excursionistas, nos pusimos a andar. Yo creí que me moría de miedo cuando nos cruzamos con un guardia de frontera, pero mi amigo le saludó muy efusivamente con un ‘grüezzi’ y no nos pidió ningún papel…”.

La encuesta señala que la edad media de los jubilados españoles en Basilea es de 69 años. Dos tercios de la población vive de manera desahogada, pero el 30% está al límite o con problemas para llegar a fin de mes, y la mayoría de este grupo son mujeres, por la mayor precariedad laboral en la que se desenvolvieron durante su vida activa. Todos ellos llegaron a Basilea huyendo de una España retrasada y paupérrima: “Un día me contó mi marido: ‘Ayer estuve en casa de Antonio. Oye, tiene que ser muy rico, porque éramos doce y nos tocó silla a todos…”, dice una jubilada. Y otro emigrante explica con agudeza: “Descubrí que los suizos eran distintos cuando me di cuenta de que compraban dos periódicos diferentes del mismo día”. Muchas de las geniales fotos del libro parecen anuncios publicitarios de la época, así de orgullosos se les ve enseñando los trofeos conseguidos. Son como cazadores con las piezas de consumo que han abatido: una motocicleta, un tocadiscos, una cocina inmaculadamente blanca y, sobre todo, ese tótem esencial del éxito que era el coche: “El día en que llegué a la frontera entre Francia y España con mi primer Gordini no pude reprimir las lágrimas: me sentía todo un triunfador”.

Estos emigrantes llevan cuarenta años en Suiza y además, ya ven, se han quedado. La mayoría, porque allí tienen a sus hijos y a sus nietos, pero otros, el 19%, porque se sienten “mejor allí” y creen que en España no podrían adaptarse. En realidad han pasado toda su vida en Basilea. Sin embargo, y esto es lo más increíble de la encuesta, la mitad de los hombres y las tres cuartas partes de las mujeres tienen problemas con el alemán. Nunca consiguieron aprenderlo bien, pese al tiempo que llevan. Y lo más conmovedor es que, aun sin saber el idioma, viviendo como viven bastante aislados y sin poder participar en las elecciones, el 74% de ellos se siente “bien integrado” en Suiza. Cuando contemplemos a los inmigrantes actuales como bichos raros porque farfullan mal el idioma, intentemos no olvidarnos de lo que fuimos.
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