martes, mayo 27, 2008

Tragedia en siete actos

"... usted cree que se acaba el tráfico de drogas y el narcoterrorismo con la muerte de Pablo Escobar?"

Colombia: Las memorias de un país sin memoria.


En un comienzo se consideró que el propósito y el fin del derecho eran mantener la paz. Ahora bien, ¿qué se ganaba con mantener la paz? Muy sencillo: se conservaba el orden social. De modo que el propósito y el fin del derecho eran, sin duda, preservar el
statu quo. Lo que ningún filósofo del derecho pudo aclarar nunca fue para qué diablos se necesitaba, distinguidos amigos, preservar el statu quo.

Novela del poder y la infamia. p. 372. Germán Espinosa. Editorial Alfaguara. 2006. Bogotá.

Muchas veces siento que en Colombia la forma en que se ejerce el derecho y administra justicia está explicada en párrafo anterior.Tan solo hace falta cambiar la palabra paz por guerra y se entiende a lo que me quiero referir.

***

Primera escena: Un país se encuentra desbordado por sus muertos, cansado de la violencia que vive desde décadas, por la corrupción de sus políticos, por el narcotráfico. Este país encuentra la esperanza en la bondad de su gente, en sus paisajes, en su riqueza natural, en su biodiversidad, en su cultura.

Segunda escena: En este país, y después de un fracasado intento de lograr la paz, es elegido un presidente con un pasado político algo gris y por primera vez en la historia logra ponerle nombre, rostro y cuerpo a un único enemigo en torno al cual todo el país se una. La lucha de este presidente ya no es contra la pobreza, la corrupción, el narcotráfico o el hambre, todos ellos males terribles para cualquier sociedad, pero que no tienen un único nombre y un único rostro. Son miles los narcotraficantes o los corruptos, el hambre es un fantasma que recorre las regiones apartadas de la ciudad, la pobreza es de donde no hemos podido salir del todo. Este presidente convence al pueblo que una vez sea derrotado uno de los dos actores de la guerra que están al margen de la ley, los otros males desaparecerán. El pueblo le cree en las urnas y en las encuestas le siguen creyendo.

Tercera escena: En el medio de un gran debate político que traspasó fronteras, el presidente modifica la constitución para poder ser re-elegido y aprueba un marco legal para que se pueda negociar con el que ha identificado como el menos-enemigo del país y que con sus gestos ahora son amigos de la paz. El pueblo extasiado ve con tranquilidad el futuro. Hay presidente pa' rato se oye decir.

Cuarta escena: La lucha contra el más-enemigo parece que la va ganando el gobierno a pesar de múltiples denuncias de abusos de autoridad por parte de la fuerza pública en contra de la población civil (que coincide muchas veces con la población que siempre ha sufrido la guerra). Las negociaciones con el menos-enemigo también avanzan, pero con muchas dudas, tensiones e incertidumbres. El pueblo pletórico, ve cercana la ansiada paz.

Quinta escena: Una vez que los menos-enemigos están en la cárcel, el gobierno dice que la labor está casi cumplida y que ese enemigo ya no seguirá delinquiendo. Incluso son tan inofensivos que los invitan a hablar en el congreso (que al final parece que era más bien una reunión de inversores). Con esta visita, parece que pasan de ser menos-enemigos a casi-amigos. Mientras tanto, los más-enemigos siguen perdiendo espacio militar (el político hace tiempo que lo perdieron). El pueblo aplaude al presidente. El presidente rompe los récords de popularidad. El pueblo unido jamás será vencido. Unido con el presidente, por supuesto!!... el resto?... como mínimo son catalogados de ciegos ante la evidencia, cuando no terroristas, mamertos, comunistas, cómplices de los más-enemigos...

Sexta escena: Los menos-enemigos se vuelven un gran-enemigo para el gobierno pues comienzan a revelar relaciones indebidas entre ellos y el congreso, el mismo congreso al que fueron invitados a hablar. Algunos nos preguntamos si al final el menos-enemigo y el gobierno (como instituciones) van a resultar siendo lo mismo. Los medios de comunicación -no el gobierno- son los primeros en hacer público que los menos-enemigos siguen delinquiendo desde la cárcel. En el otro lado, los más-enemigos siguen en su cárcel de selva tratando de encontrar sus ideas políticas que están refundidas entre secuestrados, droga, extorsiones y víctimas civiles. El pueblo ante la confusión reinante, sigue aplaudiendo.

Séptima escena: En un intento de evitar o castigar -todavía no entiendo que parte de castigo y de evasión hay en esa decisión- los menos-enemigos son extraditados por sorpresa al palacio de los super-amigos, pues el gobierno descubrió que seguían delinquiendo desde las cárceles (ver escena anterior) y existía la posibilidad de seguir haciéndolo. Una de las razones para extraditarlos, era que tenían que responder ante la sociedad de los super-amigos por los daños ocasionados por el envío de sus cargamentos de cocaína que les permitía comprar armas para seguir con esta guerra, esta puta guerra. La lógica es sencilla yo doy cocaína, tu me das armas. Mientras responden por sus delitos en el palacio de los super-amigos, en el país donde cometieron miles de asesinatos y desapariciones,las víctimas directas se quedan con la incertidumbre de saber que las únicas personas que les podían decir donde están su familiares desaparecidos hace años, se estaban yendo. En todo este embrollo, los más-enemigos, siguen acumulando bajas importantes. El fin del más-enemigo está cerca, el menos-enemigo está cumpliendo con la justicia (no importa la justicia de donde). El pueblo entra en éxtasis. El pueblo unido no fue vencido.

Escena final: Un país se encuentra desbordado por sus muertos, cansado de la violencia que vive desde décadas, por la corrupción de sus políticos, por el narcotráfico. Este país encuentra la esperanza en la bondad de su gente, en sus paisajes...

miércoles, mayo 14, 2008

Hay miradas que matan

Desde hace un tiempo tengo una sensación bastante curiosa e interesante: aunque sé que mi color de piel (a mi pesar, cada día más claro) me delata, los colores de mi ropa refuerzan las sospechas que no soy de este lado del océano y que mi acento y expresiones colombianas son imposibles de esconder (cosa que no me interesa, por el contrario las cuido lo más que puedo), desde hace un par de meses tengo la inmensa fortuna que la sensación de ser muy diferente a los demás, es cada vez menos habitual. Incluso algunas veces se me olvida que soy diferente. Pero eso tiene sus inconvenientes. Una cosa es como me siento, y otra como me ven y eso no se me puede olvidar.

Esta sensación de ser diferente, y lo voy descubriendo a medida que escribo estas palabras, la puedo separar en dos partes. En la primera, la diferencia, no me la otorgaban los demás, sencillamente me la autoadjudiqué. Es decir, no me sentía diferente tan solo por el hecho de como me miraban (me miran) en el metro o porque cuando hablaba no entendían mis expresiones colombianas o una extraña sensación de culpabilidad, de constante miedo a equivocarme en las cosas más cotidianas; me sentía diferente porque la mirada que más pesaba -que al final hace parte importantísima la identidad- era la que tenía sobre mi mismo. Me reconocía como diferente y por lo tanto actuaba y me sentía como tal.

No creo equivocarme si digo que la sensación de sentirse observado, de sentir que todo el mundo te mira por el hecho no de ser "aquí", es compartida por gran parte de los que, como yo, empacaron sus ahorros y su poca cordura, para irse a otro país e intentar construir sus sueños. Esa sensación paranoica de sentirse en constante evaluación, como en todos estos casos, tiene una parte de realidad y muchas de invenciones propias. Es como si a falta de un Gran Hermano del exterior que nos esté vigilando y observando, nos dedicamos a observarnos a nosotros mismos con tal de pasar desapercibidos. No queremos pasar la vergüenza de ser detectados, de ser reconocidos como diferentes.

La segunda parte de esta sensación comienza cuando encontramos, aceptamos y reconocemos cual es la posición que jugamos en nuestro entorno. Es una etapa en la que por un extraño e inconsciente proceso, la mirada que antes se centraba en nuestras acciones y omisiones, comienza a centrarse en el entorno. El centro se había desplazado.

Pero como lo decía al comienzo de esta entrada, esta sensación de reconocerme como "diferente" es cada vez menos habitual. Sin embargo pequeños detalles, pequeñas miradas me hacen recordar que no solo somos como nos vemos, somos también como nos ven los demás, y en ese sentido, siempre seremos diferentes para los demás. Mi "descubrimiento" fue por algo insignificante, y que ocurrió, en gran parte, por el hecho que hay días que se me olvida que soy y me ven diferente: una mañana de domingo bajé la guardia y, como decimos en Colombia, "dí papaya". La historia es sencilla: Yo intento, si el sueño me lo permite, salir a comprar el pan y el periódico las mañanas de los domingo. Siempre lo hago en la misma panadería y en el mismo quiosco de periódicos. Hace cerca de tres semanas, y por razones que no vienen al caso, quise hacer un teléfono de esos que tienen dos vasos de papel a los extremos unidos por una cuerda. En mi inocencia de olvidarme que me ven diferente, se me ocurrió decirle a la compañera de la persona que me vendió el pan, que si me podía regalar dos de los vasos desechables que utilizan para servir el café y que sé que a ellos les regalan. La mirada que recibí por parte de esta señora fue la misma que hace ya meses "me regalaron" en la estación de Plaça Catalunya y a la cual me referí en otra entrada. Después de múltiples consultas con sus jefes y sentirme como si yo estuviera haciendo lo peor del mundo, la señora me dijo que si quería me tomara un café y que entonces si. Que incluso me podía llevar el vaso del café. No sé que fue más grande, si la rabia de sentirme mal-mirado o la tristeza de haber bajado la guardia. El hecho es que el teléfono que quería hacer ese día, se quedó en planos.

Cuando me pasan ese tipo de cosas, que la mirada del otro me ve "por encima del hombro" y me acusa de ser diferente, es cuando vuelven a mi mente el sentido (no solo el significado) de palabras como identidad, integración, tolerancia, respeto...

Cuando a la mirada del otro se le olvida que aquel que le parece diferente casi siempre ha hecho un esfuerzo de acercarse y limar sus diferencias para generar un espacio de dialogo, es más, ha redefinido su identidad con tal de intentar integrarse. En esos momentos de olvido es cuando no sé que pensar y aquella mirada que me hacía sentir paranoico -mi propia mirada-, vuelve con toda su fuerza acusadora.

Sin embargo, cuando siento esas miradas inquisidoras no puedo evitar pensar esas personas no tienen la culpa; en realidad su mirada, su corta mirada, no da para ver más allá de su propio ombligo.

domingo, mayo 11, 2008

Mi memoria no da para más

-Tome vuestra merced, señor licenciado, rocíe este aposento; no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten en pena de la que les queremos dar, echándolos del mundo.

Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.

-No -dijo la sobrina- no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido dañadores: mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, y hacer un rimero dellos y pegarles fuego, y si no llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo.

Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron el la librería de nuestro ingenioso hidalgo. Capítulo VI. - El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.
***

Mi primer trabajo recién me gradué en la universidad, me llevo a vivir a Bogotá. En esa gran ciudad, me instalé en una pequeña habitación, pequeña, pero "familiar". Me la alquilaba una familia con la que tuve una gran empatía y de quienes guardo un gran recuerdo. Ellos me dieron toda la libertad del mundo para decorar la habitación. Me decían "si quieres pintarla o lo que quieras, tienes toda la libertad de hacerlo". Yo la verdad que nunca he sido muy dado a las tareas manuales, es más, creo que soy bastante malo en ese tipo de cosas y quizás esa sea una razón por la cual me gustan mucho los muebles de IKEA. Son muebles que incluso yo puedo montar. Mi biblioteca actual, las mesas de noche, la cómoda, la silla del balcón... todo eso lo he montado yo solo!. En fin, mi ego le agradece a los diseñadores de IKEA que piensen en personas que como yo. Pero como en la época en que llegué a Bogotá yo no conocía IKEA y ni sabía que existía, mi único aporte al mobiliario de mi habitación, fue comprar una librería pequeña (por supuesto, venía armada) para ponerla al lado de mi cama e intentar llenarla con los libros que por una u otra razón me hubieran gustado. Me acuerdo la sensación que tuve cuando vi que la librería se iba llenando de libros de Nietzsche, Sábato, Benedetti, Garcia Marquez, Sthepen King, Frederick Forsyth y uno que otro libro de la carrera. Sentía que por la sola presencia de esos libros mi habitación era más cálida, más personal. Creía que la "mejor mejora" que le podía hacer a ese reducido espacio, era llenarla de libros.

En el tema de los gustos, creo que es difícil encontrar una explicación a cada uno de ellos. Yo todavía no entiendo de donde viene el placer que experimento de ver como los libros -cuyo único requisito es que hayan sido leídos- se vayan acumulando lentamente en una librería. Aunque para ser sinceros, no sé si leo por conocer las historias que esconden las letras o por ver como se va llenando la librería que compré en el IKEA. Si es por una u otra razón, la verdad poco me importa. El gusto que siento mientras veo el lomo de los libros, y recuerdo vagamente las historias que esconden sus páginas, no entiende de razones.

Mi sueño de ver una pared cubierta de arriba a abajo y de lado a lado con libros leídos , hasta hace un par de meses estaba a punto de cumplirse. Ya llevaba tres librerías de IKEA casi llenas y podía comparar como habían cambiado mis gustos literarios. Ahora ya me sentía con la seguridad para meterme con ensayos sobre La Sociedad Invisible en que vivimos, sobre la época de La Violencia o libros míticos como Fausto... Es evidente que no todos los libros son de esa línea. Entre Borges, Kundera, Espinosa, Steinbeck, no faltaban los clásicos best-sellers como El Código da Vinci o Los Pilares de la Tierra (que por cierto como urbanista que me siento, creo que es la mejor forma de entender como funciona y crece una ciudad). En fin. Mi sueño de tener una librería de diferentes temas y con muchos libros hasta hace unos meses estaba en camino de cumplirse. Sin embargo, como los cambios es lo único que se mantiene constante en nuestras vidas, en cuestión de dos semanas y a raíz una reestructuración que se hizo en lo que hasta ese momento consideraba "El Estudio", pasé de tener una pared casi llena de libros leídos, a tener libros que tan solo cubren parte de una las tres librerías que me pude quedar. Del Estudio no solo salieron dos de las tres librerías, sino también dos maletas llenas de libros con la intención de regalarlos o venderlos, cosa que en ambos casos fue imposible de realizar. Los libros que se quedaron a la vista, los que para mí son los más importantes, compiten con el televisor (patetica ironía) por un espacio en la sala, el resto, están a la espera de ser guardados en cajas dentro de un armario.

Todo este proceso de cambiar de sitios los libros y de armar y desarmar librerías, me han llevado a plantearme la razón por la cual siento cierta conexión con trozos de papel que probablemente después de leídos difícilmente los vuelva a abrir, al menos para una segunda lectura completa. La gran mayoría de libros no son como los discos de música, que se pueden escuchar una y otra vez y pueden pasar los años y es factible que los vuelvas a escuchar. Los libros llegan a tus manos, los lees, disfrutas, algunas veces los acabas y por último, buscan su sitio en la librería. Hablaras de ellos y algunas veces te ufanarás de haber leído, y sobretodo disfrutado, desde el comienzo hasta el final libros como El Quijote, las Mil y una Noches, Ébano. Sin embargo, y aunque sean pocos los libros que al cabo de los años vuelves a leerlos de comienzo a fin, te sientes incapaz de regalar o botar a la basura libros que disfrutaste mucho en la única lectura, pero que sabes que nunca volverás a leer. Pero bueno, eso tiene que ver con temas logísticos, con la perdida de espacio de espacio físico. Mi gran frustración, y gran preocupación, es darme cuenta que a pesar de todos los libros que me he leído no puedo recordar la inmensa mayoría de las cosas que creía haber aprendido de esas lecturas. Puedo contar "sensaciones" que tuve de los personajes, con un esfuerzo de la memoria, describir vagamente algunas escenas e incluso contar pequeñas historias que se describen en el libro. Pero me sorprende darme cuenta que tan solo puedo recordar, por ejemplo, una mínima parte de todo lo que en su momento aprendí de como funcionaba Europa, es decir, el mundo, a comienzos de 1700 gracias a obras maestras como La Tejedora de Coronas; volver a contar las deliciosas historias de la mitología griega a partir de un libro que fue escrito para ser contados al nieto del escritor, es más que un reto para mi débil memoria. Lo único que puedo hacer es volver a abrir los libros, mirar los fragmentos que señalé que mientras los leía por primera, y seguramente única vez, e intentar acordarme la razón por la cual los resalté. Mi memoria no da para más.

Dicen que leyendo se aprende, algo, pero se aprende. Cada vez que acabo un libro repaso lo que he aprendido y aunque durante un par de días me acuerde, al cabo de una semana, lo más seguro, es que esté esforzándome en aprender lo que dice el libro que tenga en ese momento en mis manos. Cada vez que me doy cuenta de esta mala memoria me pregunto si vale la pena seguir acumulando libros, polvo sobre los libros, y libros sobre libros. Algunas veces pienso que sencillamente soy tan solo un consumista de libros, y a lo único que puedo soñar es en volver a recuperar el espacio para mis tres librerías. Pero no por eso la alegría que me producirá volver a tener, algún día, mis tres librerías llenas de libros leídos, no me la quitará nadie. Sin embargo, también sé que cuando alguien me pregunte algo sobre alguno de los libros, tendré que abrirlo y avergonzado por mi mala memoria y a partir de los textos resaltados, intentar acordarme de alguna anécdota o dato curioso que en su momento creía que nunca se me iba a olvidar.

Por ahora, me entretendré viendo como dos cosas tan puramente antagónicas como unos libros y un televisor luchan por mi atención mientras trato de descansar en mi sala. Definitivamente mi memoria no da para más.

***

El hilo del cual se desprende esta entrada me lo encontré en un artículo de Hector Abad Faciolince en su blog (ahora abandonado) de la revista Soho.

miércoles, mayo 07, 2008

Me gustaría...

No sé cuantas veces he intentado escribir sobre lo que ocurre en Colombia. Una entrada donde cuente alguna de las cosas que pasan allí -para mí, intentar, tan solo intentar explicar lo que ocurre, es sencillamente imposible. Cuando intento escribir sobre Colombia, llego al mismo lugar común tantas veces dicho: en Colombia, la realidad es muy superior a cualquier fantasía.

Me gustaría hablar sobre lo peligroso que me parece tener un presidente como Uribe pero que al mismo tiempo ha logrado cosas muy necesarias: recuperar el sentido de pertenencia con aquello que llamamos Patria o mejorar la seguridad en ciertas zonas y en determinados corredores. Son cosas que no solo eran importantes, sino indispensables para salir de ese charco de miserias que siento en que se ha convertido ese trozo de verde montañoso que extraño. También me gustaría hablar sobre la locura de los paramilitares y la irresponsabilidad de los políticos que se "ajuntaron" con ellos. Me gustaría hablar de la débil e incipiente oposición política que históricamente ha hecho tanta falta en la construcción de eso que se llama "país". Me gustaría hablar del silencio abrumador y descarado del único medio de comunicación de alcance nacional en relación a los supuestos vínculos del presidente con prácticas corruptas para aprobar leyes. Me gustaría hablar sobre los vínculos de muchos de los miembros del gabinete de ministros con la guerra, pero no como aliados, sino como víctimas. Me gustaría hablar de todo eso. Me gustaría gritar en contra de esa sociedad hipócrita y de la cual, paradójicamente, me siento tan orgulloso de pertenecer (es contradictorio, lo sé, pero creo que en eso consiste parte de la colombianidad). También me gustaría hablar sobre la maravillosa constitución con que contamos, lo avanzado -teniendo en cuenta nuestro retraso- de ciertas leyes (aborto, derechos para parejas homosexuales...). Me gustaría hablar sobre la capacidad de cicatrización que tienen ciertas personas y comunidades para curarse de las heridas que les ha dejado la guerra. Me gustaría hablar sobre la sonrisa fácil y sincera de mis compatriotas. Me gustaría hablar de mi admiración por los militares que son capaces de arriesgar su vida por defendernos, ellos me merecen todo mi respeto -claro, no podré estar de acuerdo con los que se "ajuntan" con los paramilitares, así sea, supuestamente, para defendernos-.

Me gustaría hablar de todo lo anterior. Pero no puedo. Cuando comienzo una entrada en esta linea, siento que la tormenta constante de noticias que es Colombia me ahoga y no me deja ir más allá de la simple intención. Tal vez esa sea la razón por la que recurro a transcribir fragmentos de libros que cuentan cosas que pasaron hace años y que nunca han dejado de pasar. Ese bloqueo mental me impide escribir algo que vaya más allá de enumerar algunos de los temas que más que dolor, me asombran y no puedo entender. Tal vez esa sensación de ahogo es lo que impide que todos tiremos para el mismo lado, y nos dediquemos a tirar a los que están del otro lado.

viernes, mayo 02, 2008

El que mucho abarca, poco aprieta

Este espacio lleva online cerca de un año y medio. Durante estas más de 70 semanas he tratado por disciplina y "responsabilidad" -pero sobretodo por gusto- de escribir una entrada cada semana. De poner en palabras esas ideas que rondan mi cabeza y que por un ataque de egocentrismo pienso que valen la pena ser compartidas con los lectores de este espacio.

A excepción de las semanas en que he tomado vacaciones informáticas -me alejo lo más que puedo de cualquier tecnología que me "conecte" con el mundo-, puedo decir, con cierto orgullo, que tan solo en dos ocasiones me he fallado en este compromiso y en las dos ocasiones no ha sido -por fortuna- por falta de ideas o de ganas de escribir, sino -por desgracia, o mejor, por mala suerte- por esa falta de tiempo crónica en nuestros días. Aunque tengo que reconocer que más que falta de tiempo es debido a una dedicación casi exclusiva a una sola cosa y eso me lleva a una reflexión sobre los tiempos que corren -si otra vez, hablar sobre los tiempos que corren, me disculpo en la frase que oí hace algún tiempo en el sentido que uno solo escribe de sus obsesiones o de sus miedos.

Decimos que vivimos en la sociedad de la información, y ha de ser cierto, pues todo el mundo está sobreinformado, todo el mundo puede tener idea de que es lo que pasa en cualquier parte del mundo y en un par de horas de internet nos sentimos capaces de decir que tenemos una opinión al respecto. Sin embargo, esta sociedad de la información con todos sus instrumentos, y el computador personal con conexión a internet como icono casi de culto, cada vez deja menos espacio para las cosas pequeñas. Pensamos que un computador potente y una buena conexión nos permitirá hacer muchas más cosas en el mismo tiempo. Tratamos de vivir al mismo ritmo que funciona un computador, es decir, con la capacidad, siempre limitada, de hacer diferentes cosas al mismo tiempo: mientras miro el precio de un viaje a Francia, leo las noticias de un periódico de Colombia, consulto el estado de saldo de mi cuenta bancaria, y le pregunto por chat a un familiar que vive en Nueva Zelanda sobre posibles destinos, todo esto mientras termino de realizar un cálculo en excel que me dirá si puedo o no puedo ir a Francia. Todo eso lo puede hacer un computador sin problemas, e incluso con una cierta concentración, no nos equivocaremos en la decisión final. Sin embargo, creo que aunque podamos ser "multitareas" en ciertos momentos, vivir de esa manera nos llevará a no tener tiempo para lo sencillo, para lo cotidiano, para lo vital, para lo que Es, mientras nos concentramos en lo que parece ser. Y la verdad que no entiendo para que queremos hacer tantas cosas si quizás la teoría del gen egoísta sea tan evidente que no queramos verla. Esta teoría plantea que nosotros somos creaciones hechas por nuestros genes para garantizar su supervivencia, es decir, que somos tan solo "contenedores" de cromosomas y no esos seres trascendentes en el tiempo y la historia que soñamos ser.

Sin embargo, al otro extremo de querer hacer muchas cosas, está el concentrarse en una sola, es decir dedicarle diariamente más horas de las que te dedicas a ti mismo a aceitar un sistema diseñado para hacer muchas cosas al mismo tiempo, un sistema diseñado para parecer eficiente y agradable, para que al final, como el aceite viejo de maquinaria que ya no sirve, seas desechado y muy pocas veces reutilizado. Pero si es por tu compromiso personal, por aquello que llaman "la ética del trabajo", no te preocupes, si sales de la máquina ella seguirá funcionando sin ti. No importa el tiempo que le hayas dedicado al funcionamiento de la máquina. Convéncete, no eres irremplazable, puede que tengas algunos privilegios por tu esfuerzo, pero no muchos. Como decía en una entrada anterior pero desde otra perspectiva, la imagen de Charles Chaplin en la película Tiempos Modernos que hace parte del engranaje de la máquina, es la mejor representación de nuestra sociedad.

Bueno, creo que ya va siendo hora de cerrar esta entrada que lo único que quería reflejar, es esa dicotomía en que vivimos. Por un lado queremos ser aceite, engranaje y producto, queremos hacer de todo, pero por otro, si hacemos una sola cosa, al final "esa sola cosa" que queremos hacer, con muchas posibilidades será algo diferente de lo que tu quieres, o incluso de aquello que quieres vivir.

En fin. Espero que esta entrada sirva como disculpa con los visitantes habituales y esporádicos de este espacio por la intermitencia de las últimas semanas en la actualización de este espacio. Espero seguir contando con su compañía...
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