viernes, octubre 16, 2009

Simplificando a Platón y a Adam Smith

Platón plantea que el ser humano tiene tres motores primordiales en las decisiones que tomamos: Deseo, Razón y Thymos. Las dos primeras hacen que la sociedad avance pues son las bases a partir de las cuales nacen los inventos y mejora la calidad de vida. Mientras que el thymos, es la necesidad de obtener reconocimiento social, personal, económico, pero sobretodo reconocimiento personal.

El deseo y la razón que propone Platón, las utilizaré para explicar las teorías de Adam Smith que, simplificando su propuesta, parte de la base que el mercado se puede auto regular gracias a la suma de decisiones racionales tomadas individualmente. Intentaré explicar esta teoría con un ejemplo: el precio de las viviendas. Comprar una vivienda es quizás la inversión más importante que una familia puede hacer a lo largo de su vida y por lo tanto nadie en sana lógica está dispuesto a invertir sus ahorros comprando una casa que está por encima de su precio real. Si cada uno de los individuos de una sociedad actúa de esta manera, el mercado se autoregula, pues nadie pagará más de lo que valen las cosas y así los precios estarán siempre en su punto de equilibrio. Una lógica aplastante. Eso es lo bueno de los economistas, que muchas veces dan la impresión de diseñar un sistema económico que funciona como una máquina de movimiento perpetuo. Una máquina que no tiene perdidas y que no para nunca su funcionamiento ni de producir beneficios.

Ayer, saliendo en coche de Barcelona en medio de un atasco trataba de imaginar las razones por las cuales las bases del modelo propuesto por A. Smith (deseo y razón), no se han aplicado a la circulación de vehículos, pues extrapolando el ejemplo de la vivienda, nadie en sana lógica está dispuesto a arriesgar su vida o su coche (depende del orden de prioridades), en un accidente de tránsito. Es decir, que si aplicáramos el modelo de autoregulación del tránsito, los límites de velocidad en las carreteras no serían necesarios ni tampoco las prioridades de paso, ni muchísimo menos los semáforos –lo del sentido de las vías si lo considero necesario, pues el sistema debe canalizar su energía de forma eficiente. Sin embargo, esto no ocurre. La normativa viaria es cada vez más explícita, más evidente y estricta al intentar controlar el thymos de los conductores.

Si comparo la autoregulación aplicada a la gestión del tránsito y aplicada a la economía, creo que los economistas deberían aprender de los responsables de la seguridad viaria en el sentido de darle la importancia que se merece el thymos en nuestras decisiones cotidianas, pues es esa la principal motivación que tenemos para buscar el camino más corto y rápido entre dos puntos, la que nos empuja a salir primeros cuando cambia a verde la luz de un semáforo o pensar que tengo prelación de paso; la que nos empuja a ser los primeros en llegar al siguiente semáforo en rojo. Si los economistas se hubieran dado cuenta que no solo somos deseo y razón, sino también thymos, sus modelos se acercarían mucho más a la realidad y se alejarían de su fructífera imaginación.



PD. Platón solo se llamaba Platón??... solo nombre o solo apellido?

lunes, septiembre 28, 2009

De ritos, ceremonias, nacionalidades y otras invenciones

Mañana dejaré por siempre de ser solo Colombiano, a partir de mañana también seré Español… no sé qué cambios representará eso en mi vida diaria, en mi forma de ver el mundo y lo que en él ocurre. No tengo ni idea. Lo único que sé es que en algo deberé cambiar, pues somos animales donde los rituales y los gestos consolidan una capa adicional a las que ya traemos y que conforma nuestra identidad.

En algo debo cambiar pues creo que lo que somos es tan solo una larga, constante e inacabable suma de ritos y ceremonias. Algunos ejemplos:
  • el día antes y el día después de la ceremonia de grado del colegio o de la universidad, somos igual de ignorantes ante nosotros mismos, pero ante los demás somos receptores de un conocimiento inmenso, tan inmenso, que rara vez podríamos saber cual es;
  • los padres que quieren garantizarle a su hijo vida eterna después de la vida finita por el solo hecho de bautizarlos, mientras que otros pretenden darle una “bienvenida cívica” a sus hijos para que así no caigan en la confusión de la religión;
  • unos se casan ante un frio y monótono juez y ese es el día más feliz de su vida, en cambio, para otros el día más feliz es cuando el cura les dice “puede besar a la novia”;
  • los españoles cuando llegaron a América se sorprendieron de los ritos salvajes de algunos indios que decapitaban a sus enemigos o adoraban al sol; estos mismos indios no podían creer en las bárbaras costumbres de los españoles de quemar a los herejes y adorar dos palos en forma de cruz.
Cruzar una frontera, del país, de la ciudad, del barrio, de la casa… cualquier línea, cualquier pared, cualquier frontera… son solo gestos, que se pueden reducir a unos cuantos centímetros o segundos entre el "antes" y el "después". Sin embargo, creo que todas las fronteras y ritos que creemos necesarios e imprescindibles en nuestra vida diaria, son tan solo invenciones de nuestra mente para sentirnos más seguros, para encontrarnos a nosotros mismos y no perdernos en el mundo; invenciones que necesitamos para saber quiénes somos, pero sobretodo, para saber quién es El Otro. El temido otro.

lunes, agosto 17, 2009

¿Quien dijo las siguientes frases?

"Una vez ha hablado el pueblo, nadie más tiene derecho a dictaminar"

"La estructura judicial debe entrar en una fase profundamente nueva y distinta"

En esta época de angustia política, en todos lados se encuentran frases y declaraciones políticas que si uno no sabe quien las dice, se pueden utilizar como escudo o como piedra sin que eso afecte en nada su fondo. Las anteriores frases las hubieran podido decir cualquier político de cualquier país. Por ejemplo de un país en "vías de desarrollo" como Alvaro Uribe a raíz de su reelección en Colombia, de un país en plena transformación de sus estructuras, como Hugo Chávez defendiendo su proyecto bolivariano, o de un país que pertenece al grupúsculo de países más influyentes del mundo, el G-7, como Berlusconi defendiéndose a si mismo... pero no, a pesar de esos sospechosos de vertientes políticas y objetivos muy diferentes, esta frase la dijo Josep-Lluis Carod-Rovira, vicepresidente de la Generalitat de Catalunya y ex-presidente de uno de los partidos políticos catalanes cuyo objetivo es lograr la independencia de Catalunya del resto España.

En Colombia, Venezuela, Italia, España, Catalunya... que importa todos son lo mismo y todos somos los mismos...

Enlace a la noticia: La Vanguardia

miércoles, julio 29, 2009

Las mismas preguntas, las mismas respuestas

Hace tiempo, mucho tiempo, que no actualizaba este espacio. El trabajo que en tiempos de crisis hay que dedicarle más tiempo y evoluciones en mi vida personal, son las principales razones para no hacerlo. Sin embargo creo que no pasa un día en que no piense “este tema podría ser interesante para el blog” e incluso algunas veces escribo mentalmente el primer párrafo, sin que nunca se conviertan en una entrada.

Sin embargo, esta pausa también ha sido una buena oportunidad para auscultar el mundo del cual siento que por momentos me desconectara y olvidara de su existencia y transformaciones. Así que intentando ver en qué ha cambiado mi entorno, vuelvo a leer esas miradas perdidas que han ido quedando en este espacio.

Una lectura rápida me lleva a pensar la dinámica que mueve el mundo sigue siendo la misma, las noticias las mismas:
  • los miedos mutando de nombre, pero siempre escondidos detrás de identidades idealizadas o de frágiles seguridades,
  • ahora en época veraniega en Europa, los titulares son los mismos (“cuidado con el calor”, “vuelve el sol y la playa”, “el problema de los turistas”…),
  • el miedo a lo diferente no cambia,
  • gracias a la crisis hay un relativo consenso que es necesario cambiar el modelo, pero da la impresión que esperemos que este cambio no afecte mi cotidianidad ni muchísimo menos la posibilidad de que cuando pase esta coyuntura, podamos comprar lo que queramos sin importar lo que necesitemos,
  • aunque para muchos algunas verdades siguen siendo muy evidentes, todavía quedamos algunos que no las logramos ver en solo dos colores (blanco o negro): inmigración, guerrilla, Uribe, Obama, Europa, “capital o muerte”,
  • el futbol y el circo que se monta en su entorno sigue siendo el opio del pueblo
  • en Colombia sigue estando presente la misma discusión a “grito pelado” en el cual ni los unos ni los otros nos hemos dado cuenta que mientras gritamos, los otros se mueren (en la selva o en la calle),
En fin, leer este espacio después de meses de no actualizarlo me da la impresión que es el el mismo tema, los mismos miedos, las mismas sensaciones, escritas con más o menos palabras… volver a leer este espacio me da la sensación de estar pedaleando en una bicicleta acuática en un mar con una corriente que siempre me regresa a la playa, a la misma playa. No pretendo huir de la playa, por el contrario, lo único que pretendo es verla desde la distancia.

Volver a leer lo escrito en este espacio es como un déjà vu de muy largo aliento y la pregunta sigue siendo la misma: ¿Qué sentido tiene este espacio?...

*Gracias a LFPH desde Cartagena (Colombia) quien fue el desencadenante de esta seudoentrada.

miércoles, marzo 11, 2009

Unas miradas perdidas por Barcelona

En una entrada anterior hablaba sobre cómo la sub-ciudad -aquella que recorremos muchas personas mientras vamos metidos dentro del metro- se va transformando en la medida que avanza el recorrido. Hoy quiero referirme al trayecto inverso y contar a golpe de imágenes y reflexiones posiblemente inconexas, las miradas perdidas que me inspira este trozo de ciudad.

Justo a la salida de mi oficina hay un edificio cuya fachada es de un tipo de vidrio que durante el día evita que se vea hacia el interior pero cuando comienza a oscurecer -las horas en las cuales supuestamente la gente deja de trabajar- y se encienden las luces de cada cubículo, se pierde totalmente la privacidad y se pueden ver los gestos de las personas o las reuniones que se estén haciendo en el momento. Cuando por las noches paso frente a este edificio, me gusta imaginarlo como un panal -tanto por sus cubículos de color miel como por su forma geométrica- que durante el día está cerrado y por la noche, como un Gran Hermano, se puede ver sin restricción qué es lo que pasa en su interior.

Llego a la esquina y busco la parada del Bicing, un sistema de alquiler de bicicletas que en el papel es ideal para una ciudad como Barcelona, pero en mi realidad una oportunidad perdida. Llevo cerca de cuatro meses sin poder acceder a este servicio pues las estaciones siempre están vacías. Lo cual puede ser prueba de su éxito o demostración de la falta de previsión. Todo depende.

Como no me hago ilusiones en esperar que llegue una bicicleta, sigo caminando y paso por un parque muy grande. Pienso en la fortuna que tienen los niños que rodean este parque, pues en el medio de Barcelona contar con un espacio como este, es un privilegio. Sin embargo, mientras pienso en esto, me encuentro con un cartel que dice que ahí está prohibido jugar con el balón, utilizar bicicletas o caminar sobre el prado. Parece que estuviera prohibido todo lo que hace un niño y me da miedo pensar que con tantas normas estamos creando pequeños buenos ciudadanos antes que sencillamente niños, ni más ni menos, niños.

En la esquina de este parque hay un quiosco de revistas y hago mi correspondiente parada para "desinformarme" leyendo únicamente los titulares de prensa. Leo que Henry, el famoso jugador francés del Barça, ha dicho que "Cataluña no es España y eso hay que sentirlo" y entiendo la alegría de aquellas personas que han tomado como su consigna de lucha política esta diferencia: un extranjero famoso había entendido su posición. Me alegro por ellos. Pero no puedo dejar de preguntarme si acaso no hubiera dicho lo mismo de otra región donde, por razones principalmente económicas, estuviera jugando. Creo que todos los sitios son tan radicalmente distintos a los otros, que para poder conocerlos hay que sentirlos, y viceversa. A veces me da la impresión que para algunas personas ser catalán es únicamente ser hincha del Barça, querer la independencia de Catalunya y tener como única lengua materna el catalán. Sin embargo, cada vez estoy más convencido que esa es tan solo una forma de ser catalán y, posiblemente, una forma que deja de lado muchas otras cosas que pueden ser igual de valiosas o incluso mucho más.

Al lado del titular de prensa de Henry, leo en grandes letras amarillas en fondo rojo que no-se-quien le pidió a su hijo que se hiciera pruebas de paternidad, pues cree que el hijo de su nuera, es decir, su propio nieto, no es suyo. En otra revista veo que la pareja ya se hizo las pruebas y que sí, que el hijo sí es de él; fin de la historia: abuela e hijo feliz, madre ex-sospechosa. Al lado de estas dos noticias me entero, por enésima vez, que uno de los miembros del gobierno catalán está en desacuerdo con los otros dos (el actual gobierno está conformado por una coalición de tres partidos: un independentista, un ecologista y un socialista). Quizás este sea uno de esos casos donde la democracia y la tolerancia no significan gobernar conjuntamente con partidos diferentes, sino sencillamente, como partidos muy diferentes intentan conservar su cuota de poder a toda costa.

En fin, dejo el quiosco de revistas y me encamino hacia la calle más curiosa de mi recorrido: en la esquina hay una agencia inmobiliaria especializada en viviendas de lujo, luego un restaurante italiano y una tienda de ropa de deportes extremos y después, un prostíbulo. Sí, así como si nada, aparece un prostíbulo en el medio de un barrio residencial y conviviendo con comercios de todo tipo. Nada que ver con esas zonas degradadas de la ciudad con las que siempre he asociado esta actividad. Pero no es la excepción, en un trayecto de unos 80 metros hay dos prostíbulos "normales", uno de diseño y otro para homosexuales, en total cuatro prostíbulos que conviven con almacenes de "toda la vida" y casas de familias comunes y corrientes. Estos locales, los prostíbulos, están tan integrados dentro de la red comercial y residencial, que más de una vez he visto cómo del restaurante chino que hay en la misma calle sale un grupo de prostitutas para seguir su horario laboral al mismo tiempo que algunos hijos traen a sus padres a una residencia para ancianos que queda puerta con puerta con uno de estos locales, o mientras llegan del colegio los niños acompañados de su niñera. Esta diversidad me ha permitido caminar algunos metros con algunas de las trabajadoras de estos sitios; escuchar indiscretamente sus conversaciones e incluso oler los perfumes que utilizan.

Justo después de esta zona residencial-comercial, hay una gran calle donde hay muchas oficinas y donde pululan los Audi, Mercedes y Porsche último modelo. Aunque no soy muy aficionado a este tema, sí me causa curiosidad ver el interior de estos coches. Siempre ves cosas curiosas: el diseño del tablero, la cantidad de botones que tiene ahora el manubrio o el tamaño de las sillas. Una día, a eso de las 4 de la tarde vi que dentro de un Peugeot último modelo había dos hombres muy bien vestidos hablando y, por sus gestos, mostrando el uno al otro algo que tenían en las manos. Al pasar junto a ellos y fijarme en sus manos vi cómo, en un gesto rápido y absolutamente desesperado, uno de ellos, el que iba mejor vestido, hacía desaparecer bajo su nariz dos líneas de un polvo blanco que tenía muy bien alineadas sobre su iPod. No comments.

De este punto a la parada de mi autobús, todo es menos extraño, o al menos después de siete años así me lo parece: las calles están limpias y en su gran mayoría adaptadas para las personas ciegas, discapacitadas e indirectamente, para los padres que van con sus cochecitos de bebé por los andenes; la gente respeta el paso de cebra y los coches los semáforos; en la parada del autobús, y aunque no haya ningún bus, todos hacemos cola esperando que llegue, sin tener que preocuparnos por si alguien nos viene a robar.

Mientras espero pacientemente el bus que sale a la hora prevista, me alegra saber que estoy en una ciudad que por su tamaño y diversidad parece estar hecha para ser caminada y por su diversidad, para ser disfrutada.

jueves, enero 29, 2009

Buscando neuronas

Ahora esta de moda hablar de integración, inmigración, multiculturalidad, interculturalidad... y todas esas palabras con tantas silabas, que parece que nunca se fueran a acabar de pronunciar. Quizás por estar tan de moda esos términos tan abstractos y difíciles de concretar, afloran sentimientos igualmente complejos que apelan no a la razón, sino a elementos que tienen que ver más con nuestra identidad, y, por lo tanto, más viscerales: patria, nación, cultura, Dios... De todos ellos diría que podríamos tener alguna idea de lo que significan para nosotros, pero seguramente si la comparamos con la del vecino serán tan diferentes que alguna discusión -no siempre agradable- aflorará: cual es mi cultura, como defino mi identidad, donde acaba mi nación y que considero mi patria. Todos tenemos alguna idea de lo que eso nos significa, pero resultaría difícil de describirlas en su totalidad, pues en este tema como en ningún otro, el total es mucho más que la suma de sus partes.

Sobre la complejidad de definir nuestra identidad, hace poco me encontré una discusión en internet sobre el impacto social/cultural que tiene y tendrá que el 27% de los niños nacidos durante el 2008 en Catalunya al menos uno de sus progenitores es inmigrante. Como es de esperar, en una sociedad - y no me refiero solo a la catalana- donde la inmigración en los últimos 5 años haya sido calificada como una de las principales preocupaciones, este tema haya hecho aflorar opiniones para todos los gustos. Desde los radicales que pedían expulsión para los inmigrantes por el hecho de no haber nacido en esta tierra, hasta los que se alegraban de saber la mezcla de razas y culturas que se estaban dando. Entre todos los comentarios hubo uno que me llamó la atención puesto que no recuerdo haberla oído antes como argumento para defender lo “tuyo”. El comentarista venía a decir que lo primero es cubrir las necesidades de vivienda, salud y educación a los de la misma “sangre”*.

Supongo (y espero!) que la idea de "sangre" a la se referia este comentarista es que primero hay que atender a los “tuyos” -entendido en un sentido de familia y amistades- y después a los que acaban de llegar. Ante lo cual me reafirmo en la teoría en que el ser humano cuando se enfrenta a sus temores apela al dicho de “todos somos iguales, pero unos más iguales que otros”. Pero no quiero hablar de eso, pues considero que es una reacción natural y desafortunadamente habitual. Prefiero hablar sobre aquello que me da miedo: imaginarme que a lo que se refería este anónimo comentarista era que los derechos sociales se adquieren únicamente mediante herencia de sangre. Lo digo, pues repasando un poco los foros de internet donde se debaten estos temas, me doy cuenta que este, el de la sangre, es cada vez más frecuente.

Pensar que aunque cumpla mis deberes como ciudadano (trabajo, impuestos, espíritu cívico...) no se me otorgan todos los derechos que eso conlleva y sencillamente es un peaje para llegar a ninguna parte, me da miedo.

Me da miedo pensar que cuando leo que algunas personas piensan que "primero la sangre", se refieren al sentido estricto de obtener esos derechos por medio de una azarosa mezcla de cromosomas. Me da miedo pensar en los hijos de los hijos de inmigrantes que, como es mi caso, son fruto de una mezcla infinita de sangres de diversos orígenes, culturas y razas. En mi confluyen la sangre de mis antepasados negros, indios, españoles, libaneses... Algo me dice que para las personas que piensan de ese modo, esta mezcla de sangres me inhabilita para, que al mismo tiempo que cumplo con mis deberes, ser beneficiario inmediato de los mismos derechos que una persona con la "sangre pura".

Puede que esté condicionado por los medios de comunicación, pero no puedo evitar relacionar a las personas que piensan de esa manera con aquellos "personajes" que creen tener la sangre pura y van por la calle con la cabeza rapada, mirada desafiante y ropas oscuras. Quizás esté condicionado, pero también puede ser que mi instinto de conservación me esté diciendo que el gesto agresivo de esos "personajes", es sencillamente un acto de desesperación mientras buscan sus neuronas. Por eso es que cuando los veo buscando sus neuronas en la mirada de los demás, siento más miedo pues pienso que van a buscar sus neuronas, como si fueran monedas, en mi propia humanidad.

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*He intentado buscar este comentario y que fue el que inspiró esta entrada, pero no lo encuentro.

miércoles, enero 14, 2009

Sobre las fiestas navideñas y la inmigración

Vivir fuera de donde has crecido y del entorno que ha configurado la forma en que enfrentas y observas al mundo, es una experiencia que con el tiempo es mucho más enriquecedora que dolorosa. En la mayoría de veces, la tristeza de los primeros meses o años por estar lejos de los "tuyos" parece no compensar la experiencia de vivir en otra cultura y ver el mundo desde otro punto de vista. Con el tiempo te vas dando cuenta que lentamente personas que considerabas como "otras" se han convertido en parte de los "tuyos"; además, en el plano personal, sin saber muy bien porqué, comienzas a sentirte menos extraño, e incluso, más adaptado a la nueva cultura. Ahí es cuando el hecho de vivir a kilómetros de tu nido, comienza lentamente a cambiar de signo. De la tristeza de la distancia, pasas a la riqueza que significa ver tu país, a los "tuyos" y a ti mismo con cierta distancia. A tu identidad le has sumado una nueva categoría: la de inmigrante.

Para los que emigramos buscando una nueva vida o persiguiendo sueños, hay fechas especiales que van más allá de lo estrictamente aprendido en tu infancia. Son una especie de rituales por medio de los cuales volvemos a nuestras raíces para reafirmar nuestra identidad a pesar de la distancia y del tiempo.

En estas fechas, al menos para la gran mayoría de latinoamericanos que conozco, nos gusta revivir las fiestas navideñas que vivíamos en nuestros países de origen: queremos rezar la novena -así se sea poco o muy creyente-, cantar villancicos, esperar que llegue el niño Dios. Una semana después, estamos esperando el año nuevo escuchando la radio a todo volumen esperando cantar "faltan cinco pa' las doce y el año se va a acabar", para después en medio abrazos y agüeros, desearnos un feliz año, mientras por la puerta entran y salen vecinos, amigos cercanos y lejanos e incluso muchos desconocidos deseando en diferentes tonos de voz y de embriaguez, el feliz año. Así es como recuerdo mis fiestas navideñas en Colombia.

Como es de imaginar, estas ruidosas costumbres pueden resultar agresivas para quien nunca las ha vivido y para quien su forma de celebrar el año nuevo, por ejemplo, es en torno a las campanadas que transmite el televisor y no en torno a un equipo de sonido, para luego seguir la fiesta en la mesa y no en la pista de baile. Dos costumbres tan diferentes que para mí me resultan imposible compararlas, sería como comparar el sol y la luna, pueden tener muchas cosas en común, pero son tan diferentes que uno no puede ponerlas en el mismo saco.

Es por lo anterior que creo que resulta complicado decirle a un inmigrante que lleva todo el año aprendiendo una nueva lengua, intentando transformar sus costumbres, tradiciones y creencias, que en estas fechas, cuando más necesidad tiene de reafirmar su identidad, decirle que no celebre estas fiestas pues son molestas según el patrón cultural de la tierra que lo acoge. Pero mucho cuidado, no estoy diciendo que se en aras de la integración y la tolerancia se le deba permitir todo al inmigrante con el fin que conserve su identidad. Por el contrario, también me hago el reclamo como inmigrante de entender esta diferencia. Es decir, por un lado reclamo al "nativo" intentar evitar que el inmigrante elimine sus tradiciones y rituales sin primero hacer un esfuerzo por comprenderlas, y, por el otro lado, me exijo como inmigrante a entender que Joe Arroyo a todo volumen entre las 3 y 5 de la mañana -por poner el ejemplo más simple- no siempre significa alegría, sino que también puede representar insomnio para los vecinos que no están acostumbrados.

En este juego de aprender a vivir juntos, creo que puede resultar práctico lo que alguna vez escuché en relación a lo complicado que puede resultar la convivencia: "nunca se le olvide que uno se casa con los defectos de la pareja, pues con sus cualidades, cualquiera se casaría". Lo que en últimas quiero decir es que en este proceso de integración no podemos pretender que lo único que veamos y toleremos, sean las cualidades del otro (la mano de obra, la sanidad gratuita...), sino que entendamos que esto es un matrimonio (inesperado, pero necesario para las dos partes) entre los nativos y los llegados y no es es una aventura de verano. Es un matrimonio para muchos años y si no queremos vernos la cara cada dos por tres delante de un juez para que nos enseñe a vivir juntos, debemos aprender a caminar con los zapatos del otro.

martes, enero 06, 2009

Gestos olvidados

Usted lleva alzado a su hijo recién nacido. Después de mucho esperar llega el autobús que lo debe llevar a la casa. Mientras se sube, los pasajeros lo miran con esa mirada de solidaridad y ternura que despiertan los bebes. Mientras ellos lo miran, usted con la mirada busca asiento -los brazos los tiene cansados y tiene miedo de caerse- pero no encuentra a primera vista. Decide quedarse de pie a un lado del pasillo para así molestar menos e ir más seguro. Un pasajero al ver la cara del niño durmiendo y su cara de cierto cansancio, decide preguntarle a la señora que va sentada en la silla destinada para estos casos, si se puede parar para dejarlo sentar. La señora en cuestión, de unos cincuenta años, tiene mucho cuidado con su vestir: lleva unos tacones altos -a mi parecer más de lo recomendable- que combinan perfectamente con su pantalón y las gafas. Se le ve un poco cansada y se puede entender, pues a sus pies lleva las compras de ropa de diseño que ha hecho durante el día. Cuando el pasajero le pregunta si le puede ceder el puesto para que usted se siente con su bebe y pueda descansar, pero sobretodo, para ir más seguro, la señora con la voz necesaria para que todo el bus la pueda escuchar le dice que "No. Estoy cansada y no quiero pararme. Si quiere deme el niño y yo lo llevo, pero no me paro". El silencio se apodera del bus y ante la pregunta de porqué lo hace, ella, en un gesto consciente y casi ensayado, da un argumento que hizo que el silencio fuera más grande "pues como se le ocurre que me pare, acaso cuando se suben niños me ceden el puesto?"... "es decir, que usted no lo hace -replica el pasajero- porque los niños no lo hacen?"... "¡Si, y qué!".

Ante esta respuesta, el silencio desaparece y todos los que oyeron las razones de la señora, no hacen más que recriminarla. Ella, inmutable, mira por la ventana. El tipo de comentarios y el tono fue variado. Como usted va cansado y teme que el bullicio despierte a su hijo, hace lo mismo que la señora, guarda silencio y mira por la ventana. Pero no puede evitar ver las miradas de los demás. Cuando lo miran a usted, siente la solidaridad y la incomprensión ante los argumentos de la señora. En cambio, cuando la miran a ella, ve claramente las miradas de reprobación ante su actitud, incluso, casi de desprecio. Las miradas, como un péndulo, lo miran a usted y la miran a ella. Eso si, en todo este intercambio de miradas, usted sigue de pie, el niño está a punto de despertarse y las personas que están cómodamente sentadas frente a usted, no dejan de comentar entre ellas lo que acaba de ver, e incluso le dejan saber a usted, con sus miradas y con un leve movimiento de la cabeza, "es el colmo que esto ocurra".

Mientras pasa todo esto, el autobús ha seguido su recorrido. Usted llega a su parada sin haberse sentado y con el niño entre dormido y despierto. Se baja con el corazón lleno de miradas solidarias ante su situación y con las piernas cansadas de estar de pie. La gente que estaba sentada, sigue su recorrido sin dejar de mirarlo y expresar su solidaridad por lo que acaban de vivir. Usted siente que la solidaridad es sincera, que están con usted y reprueban la actitud de la señora, sin embargo, como muchas veces ocurre, lo que usted necesitaba no era la solidaridad de miradas, usted necesitaba algo mucho más sencillo. Una silla para ir más seguro.

Al llegar a la casa, piensa que quizás la sinceridad de la señora que se negó a pararse es mucho más transparente que las miradas de las demás personas. Y te asustas. La respetas por su sinceridad, e incluso puedes admirarla por expresar su opinión tan abiertamente, pero no quieres ser como ella.
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