martes, noviembre 23, 2010

No lo conozco, no lo quiero

En mi barrio y en el del lado, el miedo es similar.
En mi barrio y en el de más allá, los diferentes son los otros.
En mi barrio solo están los buenos, en el otro, todos son malos.

La similitud de los mensajes que aparecen abajo (uno proveniente de una plataforma política de Catalunya y el otro de una estructura militar ilegal de Colombia) me hacen recordar, una vez más, un tema recurrente de este espacio: el miedo al otro; el rechazo al recién llegado; no te conozco, no te quiero. La única diferencia son los medios: Unos matan –y se matan- con balas de 2.500 pesos, los otros degradan –y se degradan- con sus propuestas.

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Plataforma per Cataluya
Una plataforma política cuya única propuesta es el rechazo a la inmigración. Xenófobos y racistas son los adjetivos que generalmente acompañan a este grupúsculo -que segura y desafortunadamente, tendrá cabida en el próximo parlamento catalán.
"Las olas masivas de inmigración ilegal aumentan la delincuencia, el paro y el gasto social, plantean conflictos lingüísticos, religiosos y culturales, así como bolsas de pobreza y marginación, constituyendo una seria amenaza para la identidad y la cohesión social de Catalunya."
Link al programa político

Un joven encargado de vigilar que a la Comuna 13 de Medellín no entren extraños
En esta comuna, según el reportaje, una bala, o una vida que viene siendo lo mismo, vale 2.500 pesos (algo menos de un euro). En esta comuna, se vigila al extraño por jovenes que dicen: "“Yo sumo, resto, multiplico y mato”.
Una suerte similar sufren todas las personas desconocidas o ajenas al barrio. “Cero forasteros. Si no es de aquí, no pasa. Si no tiene quién hable por él, no pasa. Aquí entra gente y nos mata a dos o tres, entonces para evitar malos ratos más bien cero”, dice “El Flaco”, uno de los líderes del sector.
Link al reportaje

miércoles, noviembre 17, 2010

Ni a favor ni en contra. ¡Todo lo contrario!

Para mí la democracia es un abuso de la estadística. Y además no creo que tenga ningún valor. (...) ¿por qué suponer que la mayoría de la gente entiende de política? La verdad es que no entienden, y se dejan embaucar por una secta de sinvergüenzas, que por lo general son los políticos nacionales. Estos señores que van desparramando su retrato, haciendo promesas, a veces amenazas, sobornando, en suma.
Jorge Luis Borges (link a la entrevista completa)

De cara a las próximas elecciones regionales y municipales en Catalunya y Barcelona, tengo la misma sensación que tenía en Colombia cuando decidía por quién votar. Una sensación que al final, con excepción de las últimas elecciones presidenciales, me ha llevado a votar no “a favor de” -como preconiza el sistema democrático-, sino “para evitar que” o, la peor de todas “votar en contra de”. Basado en esta realidad, he clasificado los candidatos a ocupar cargos públicos de la siguiente forma:
  • Candidato utópico: propone construir el mundo ideal olvidándose de la realidad social.
  • Candidato con vocación política pero que defiende unas ideas no solo radicales, sino extremistas –creo que se puede ser radical (Mandela, Gandhi) pero sin ser extremista (Tea Party, Plataforma per Catalunya).
  • Candidato sin vocación y oportunista. Generalmente vende ideas que garantizan un "cambio profundo y radical" de las estructuras actuales para así dejar las cosas tal cual las encontró.
  • Candidato que vive de la política. El vil y simple polítiquero: tránsfugas, corruptos y corruptores.
  • Candidato de profesión. Su función en las listas es la misma que cuando se compra la leche en un supermercado: a mayor variedad, más compradores. Estos personajes rara vez llegan a tener una figuración importante en las votaciones, pero si, y tal vez demasiada, en el ejercicio de poder. Son los encargados de distribuir –repartir es una palabra muy agresiva- contratos y puestos.
Y el más peligroso:
  • Candidato mesiánico. No tiene equipo visible (Él es el partido), posee una vocación política contagiosa; es una persona que aprovecha las oportunidades y sabe unir a la población frente a un único enemigo; se siente como “un instrumento del destino”, "víctima de las circunstancias", o lo que es peor, un instrumento de un Ser Superior para cumplir sus designios en la tierra. Este candidato debate sobre sentimientos (generalmente el miedo) y no sobre ideas (o las utiliza para agitar los sentimientos). En resumen, tenemos un candidato con éxito mediático, dogmático y emocional, pues en él confluyen el show, las creencias y los sentimientos. Un candidato ideal para el exceso de información que hoy nos abruma como si fuera una espesa niebla que nos impide ver la (una) realidad.
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En lo personal, como todo en este espacio, creo que el mejor candidato es aquel que ha sido "excandidato" y mejor aún el "expolítico"; es decir, el mejor político, muchas veces es el expolítico (no sé si porque me parece más inofensivo o porque la práctica lo ha hecho mejor político). Es por eso que propongo crear un programa financiado por fondos de la ONU de “prácticas en el extranjero” para las personas elegidas para ocupar cargos públicos. De esta forma se envía al extranjero al ganador de las elecciones populares y democráticas, para aplicar sus políticas en otra parte y así al regreso tendremos un expolítico, una persona que ya ha vivido el poder y la soledad del poder. Una vez de regreso, se le hace oficial su cargo. De esta forma, el programa fabricará candidatos más responsables e inofensivos y votantes más reflexivos. Políticos con garantía de ser expolíticos.

martes, noviembre 02, 2010

Estatuas de Ceniza

Escena única:

Llego al aeropuerto de Bruselas para un evento europeo. En la fila para tomar un taxi, delante de mí se hace una mujer que por la forma en que llevaba su cuerpo me hizo recordar a Emmanuelle Seigner, en su papel de Mimi en la película Luna de Hiel. Detrás de mí, una larga fila de personas, en su mayoría hombres vestidos muy elegantemente y todos con colores que variaban del café oscuro al azul oscuro –las mujeres igualmente elegantes y vestidas con una gama de colores muy similar. Colores claros, únicamente en la corbata y el turbante del hindú que estaba justo detrás de mí.

La mayoría de estas personas compartían, además del gusto por el vestir, el mantener la cabeza gacha mirando la mano levantada que tenían a la altura del pecho, mientras que tenían la otra mano atada a la maleta. Esporádicamente se les escapaba un gesto que interpretaba como una conversación con su vecino de fila.

Algunos de ellos, y de ellas, cuando levantaban la cabeza y se fijaban en la momentánea Mimi que me acompañaba en la fila, dejaban ver un breve gesto de agradable sorpresa, envidia o alegría, para volver a mirar la mano que tenía a la altura del pecho. Que traducía el gesto no lo sé. El hecho de saber que podían hacer un gesto diferente al de estar concentrados en su mano, me tranquilizaba.

Al ver todo esto, no pude evitar imaginarme estar viendo una escena de una película de mafiosos en la cual todos están en el entierro de la víctima de turno, con sus cabezas gachas y esperando que pase algo. O imaginarme en una misa en el momento en el cual el cura pide que reflexionemos sobre nuestras culpas y mientras unos se arrodillan, otros simplemente bajan la cabeza en actitud de respeto.

En mi caso, no creo que fuera ni lo uno ni lo otro. Es decir, ni eran mafiosos ni eran personas que reflexionaran por sus culpas –aunque nunca se sabe. Sencillamente todos estaban concentrados en ver (supongo que también leer) lo que su teléfono hiperconectado les tenía que decir. Es decir, que mientras estaban en Bruselas esperando un taxi, aún seguían en su oficina de cualquier lugar de Europa. Estaban ahí, conmigo, pero su mente a kilómetros de distancia. Las maravillas de la tecnología: poder estar y no estar en el mismo momento y en el mismo lugar. O quizás debería decir, la tragedia de las tecnologías que te permiten –y cada vez más- no estar donde estas.

La fila avanzaba y la rutina seguía. Alguien se incorporaba al final, alguien se iba en un taxi. Los gestos de cabeza gacha mirando la mano a la altura del pecho, se conservaban. La momentánea Mimi, tomó su taxi. Era mi turno. Tuve que esperar un poco más de lo que venía siendo la norma, lo que me dio la oportunidad que antes de subir al taxi poder dar una última mirada perdida a quienes se quedaban en la fila. La permanencia de los gestos de quienes esperaban, me hizo pensar en una larga fila de estatuas de ceniza que esperan a que un viento pasajero las hicieran desaparecer. Me alegré no quedarme allí.

Supongo que era mi cansancio el que me hacía ver la imagen del entierro, la iglesia, imaginar que compartía fila con Mimi, o la fila de estatuas de ceniza a punto de desaparecer. Pero al ver la cara y los monótonos gestos de las personas de la fila, creo que los cansados eran ellos. Los entiendo, tenían que estar en dos lugares al mismo tiempo: la fila en Bruselas y sus jefes –o subordinados- en otro sitio, sin poder estar en ninguno de los dos.

***

Algunas veces pienso que las tecnologías de las comunicaciones (con el internet como máximo ideal, y los teléfonos hiperconectados, como su materialización en la tierra) nos han permitido miles de avances en muchos campos y, en la dimensión personal, establecer (o mantener) nexos familiares o de amistad con personas que están en cualquier lugar del mundo. Sin embargo, tengo la sensación que muchas veces estas tecnologías más que una ventana de conexión con el mundo, son una puerta de escape de nosotros mismos. Nos sentimos solos y necesitamos conectarnos con alguien dejando a un lado a quien tenemos al lado nuestro, o lo que es peor, con nosotros mismos.

Esta hiperconectividad en el plano laboral, nos hace creer que somos más eficientes al "estar" en dos lugares al mismo tiempo, pero en la dimensión humana, al mismo tiempo que somos más eficientes, es probable que seamos menos personas.

Hubo un tiempo en el que yo pensaba que estar de pie y con la cabeza inclinada, significaba un momento de tristeza o de reflexión. La hiperconectividad de hoy en día me dice que no es ni lo uno ni lo otro, sino que cada vez más es un gesto que representa ausencia, o justo lo contrario: una hiperpresencia, pero para el caso, me da la impresión que es lo mismo, pues como dice la caricatura que acompaña este último apartado: "las buenas noticias es que ellos están hiper-conectados. La mala, es que eso es todo lo que son".
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