En sus caras se lee cierta estupefacción alelada (fenómeno de la boca abierta, típico de los norteamericanos). Es obvio que se encuentran delante de objetos visuales fuera de lo corriente, complejos, que les resulta difícil descifrar.
Michel Houellebecq, El mundo como supermercado. Pag. 54. Ed. Anagrama, Barcelona, 2005.
___
Barcelona, para mala fortuna de los que la habitamos, se ha convertido en una ciudad eminentemente turística. Los vuelos baratos que vienen de países con mayor renta adquisitiva, vomitan diariamente su cargamento de hormonas con piernas y una cerveza en las manos -adolescentes que vienen a pasar su semana loca. El "turismo de borrachera" como se le ha denominado a este fenómeno, se ha ido instaurando cada vez más en la ciudad y se buscan maneras de cambiar esta tendencia, pero soy pesimista en que esto se pueda hacer. Por la abundancia de ese tipo de turistas, la persona que viene sencillamente a ver, y en algunas ocasiones a aprender, de la oferta cultural de la ciudad (Gaudí, Picasso, Mirò, el increíble Cerdà...) es fácilmente identificable.
Se le reconoce por su paso un poco más pausado, a fin de cuentas la fachada de la Pedrera o la casa Batlló no se cierra mientras que los bares si. También se le puede identificar por su mirada un poco perdida buscando indicaciones sobre como ver y entender lo que tiene al frente y sobre todo, por su cámara digital y su dedo listo para no perder la imagen (ojo, digo imagen y no momento). En conclusión, esta mezcla entre sobrios y borrachos, entre hormonas exacerbadas y experiencia acumulada, entre el libertinaje y la tranquilidad, es un excelente observatorio de la fauna humana. Si bien es cierto que en lo que se refiere al comportamiento humano es imposible generalizar, si que se pueden observar ciertas tendencias en lo que se refiere a la forma en que nos estamos relacionando con lo que nos rodea, y los turistas pueden ser un buen caso de estudio para reconocer esas relaciones.
Seguir Leyendo...
Cuando una persona deja por unos cuantos días los formalismos y encasillamientos que le impone su rutina diaria y se deja de llamar "trabajador" para llamarse "turista", se siente casi obligado a sentirse libre: a vestirse como quiera, a dormir como quiera, a fotografiar sin vergüenza lo que ve cada día pero que nunca se había fijado... todos hemos sentido esa libertad que dan las vacaciones. Creo, sin embargo, que esa libertad nos ha llevado a vulgarizar, ni siquiera banalizar, lo que nos rodea, pero lo que realmente me preocupa es que esa vulgarización sea un reflejo de lo que somos en realidad. Como cuando un niño pequeño sabe que no lo ven y hace lo que siente, así nos comportamos cuando nos enfundamos el traje de turistas. El niño (por no decir adulto) cuando se siente libre muestra lo que verdaderamente tiene en su interior.
En este periodo vacacional he visto que en los sitios más turísticos todos parecen desesperados por tomar una foto de cada detalle, de cada cosa-bonita, se siente una angustia colectiva de pensar que el paisaje se pueda acabar y no se pueda hacer la foto correspondiente. En esas ocasiones siento que si en el día del fin del mundo se permitiera tomar fotos, todos nos pelearíamos por la mejor posición para tomar la mejor foto. No importa que nadie las vaya a ver, lo importante es la foto, no el momento. Quizás, y me avergüenza decirlo, hemos delegado nuestra infinita capacidad de guardar recuerdos a la cada vez más grande capacidad de almacenar fotos que tienen las cámaras de hoy en día, y lo que es peor, es posible que hayamos perdido la capacidad de sentir el paisaje por tener la posibilidad de verlos. Hemos anulado los cinco sentidos para quedarnos tan solo con el de la vista y muchas veces ni nos preocupamos de observarlo con calma. Creemos que tenemos tanto que ver que pasamos por alto los detalles y nos olvidamos sentir, sencillamente sentir lo que tenemos frente a nosotros. Sentir el silencio o el sonido de lo que nos rodea lo hemos dejado a un lado por concentrarnos en tomar "La Foto". Muchas veces frente a un paisaje, urbano o natural, ya no escucho: "que bonito paisaje", "que bonita fachada", "que formas tiene el árbol", escucho "que buena foto". Que tristeza. Seguramente los guías de estos grupos ya no dicen "parada para disfrutar del paisaje" sino "parada para tomar fotos".
Cuando los turistas de los países desarrollados van a África se sorprenden de ver que allí las personas pueden pasar horas y horas mirando al infinito sin hacer nada. No pueden (podemos) entender que la gente sencillamente observe, calle y se quede quieta. Se califica la virtud de la contemplación y la espera, como un defecto, como algo que hay que evitar a toda costa. En cambio, el desarrollo ha permitido "corregir" ese error transformándolo en la perversión de reducir la complejidad del mundo y su belleza a una experiencia únicamente visual. ¿Acaso es posible que una foto abarque la complejidad de sentimientos que tiene un iceberg en una playa de arena negra, entender la obra de Cerdà o la compleja belleza de Gaudí?... yo sinceramente lo dudo. El sentir la nada, escuchar el silencio, oler el vacío, ver el infinito y saborear la soledad, lo hemos sacrificado por buscar la mejor foto. Es cierto que una imagen vale más que mil palabras, pero nunca valdrá lo mismo que una mínima mezcla de sensaciones.
Creo, sin embargo, que todo lo anterior es sencillamente un reflejo de lo que somos en nuestra vida "extra-turística", pues tenemos tanto miedo a sentir cosas nuevas, que la imagen nos protege; el concentrarnos en la imagen evita ver la pobreza de la casa o sentir la riqueza que tiene una sonrisa sincera. Sacrificamos toda sensación por la aséptica imagen. Antes la imagen inmortalizaba un momento, ahora sencillamente nos protege de despertar nuestros sentidos.
¿Al final todo esto no es quizás lo que hacemos en nuestra cotidianeidad? Vemos la vida a través de un objetivo y nos olvidamos que al otro lado es donde está la vida, donde debemos estar. Tomamos fotos para evitar acordarnos que quizás ya no sabemos utilizar los otros sentidos, y lo único que nos queda es juzgar al mundo, y sus personas, por su imagen, una imagen que jamás podrá resumir la riqueza de sensaciones del contacto físico.
***
Espero, sinceramente, es más, deseo que esta entrada sea del todo falsa, espero equivocarme en todo y descubrir que no nos hemos olvidado de sentir. Sin embargo, no puedo evitar sentirme pesimista.