viernes, junio 12, 2015

Vacunas. Ciencia. Ideología.



¿Hay algo más aburrido que un debate entre personas que piensan igual?... si uno, donde las dos partes piensan opuesto. Nadie tiene, ni quiere, ceder nada.

Una persona que su vida se ha dedicado a vivir según la palabra de algún Dios, que habla con convencimiento de economía, política, dios y vacunas, tiene un sesgo ideológico (teológico) claro. Pero le creemos cuando nos conviene.

Una persona que se ha dedicado a leer muchos libros sobre un tema, en nombre del dios Ciencia, pagado por lo público, pero muchas veces lo privado, que habla con propiedad de un solo tema, tiene un sesgo científico claro. Pero lo ignoramos cuando nos conviene.

En tiempos donde el exceso de información -no conocimiento- es la norma, tendemos a abrazar el sesgo ideológico frente al sesgo científico, por aquello que la ciencia es producto de una manipulación económica. Se presume que el sesgo ideológico es más sano, más neutro, más natural. (Pregunta al aire: ¿si quien opina, como lo hace la Monja Forcades, sobre las vacunas, política o economía, fuera un Imam, alguien de la masonería, un rabino, alguien le prestaría atención?).

Un debate tan serio como la vida de nuestros hijos y el futuro de una sociedad sana debería estar soportado en datos comparables y contrastables, no en opiniones siempre rebatibles. Un debate donde uno se quedara con datos tipo: de cada 100 enfermos mueren X personas, de cada 100 vacunados mueren Z personas. Y no en cosas como “y si…”, esos son juicios de valor. Nada más. 

A lo largo de la historia la ciencia ha cambiado de forma significativa, y muchas veces avanzado. Sin embargo nuestras opiniones más viscerales difícilmente se han movido: tememos a la muerte, a la vida, a la libertad y a la condena, a la equivocación, a lo desconocido. Pretendemos creer que ser libres es ignorar o cuestionar nuestras cadenas. Huimos de la frustración que nos produce darnos cuenta que hay cosas que nos gustaría entender, pero no nos damos cuenta que no podemos abarcar.

Y mientras eso pasa, avanzamos.

.·.
PS. Pienso en la Monja Forcades como ejemplo más extremo de abrazar la ideología y lo contrapongo al extremo del científico, que no acepta sesgo en sus investigaciones. Entre esos dos puntos hay un amplio rango donde en alguna parte, eventualmente, encontraremos retazos de verdad.

miércoles, marzo 11, 2015

Humano, demasiado humano



El mundo occidental como lo conocemos es hijo de las ágoras griegas, los circos romanos, revoluciones francesas y la monarquía europea. Este mundo ha crecido durante gran parte de los últimos 500 años gracias a la mano de obra esclavizada, recursos naturales sobreexplotados y más recientemente, de la vulgar especulación financiera. En esos mismos 500 años hemos pasado de guerras como Waterloo y Ayacucho, a bloqueos económicos como en Cuba e Irak o a bombardeos selectivos como en Afganistán o Palestina. Hoy mueren muchas menos personas en las guerras, pero quedan muchos más heridos con problemas para toda la vida.

Sin embargo, si, sin embargo, el mundo es hoy en día más cercano, incluso más humano. El dolor de una tragedia natural o humana en una parte del mundo, despierta simpatías –y algunas empatías- en las antípodas. Incluso somos tan humanos, que “humanizamos la guerra” y lentamente crece un consenso internacional que hay unos derechos inalienables que cualquier persona tiene desde el momento de nacer. Si, hoy somos más conscientes de nuestra humanidad, de sus riesgos y de sus posibilidades. Somos un poco más conscientes que somos un eslabón de una cadena que trasciende el tiempo y el espacio.

Pero seguimos sin saber cómo a pesar de los informes PRISA, el aumento en la renta media, la difusión de herramientas para garantizar la libertad de expresión (twitter, blogs…) a pesar de todo eso, los “lobos solitarios” que buscan matar por defender a sus dioses (llamense banderas, ideologías o dioses etéreos) siguen y seguirán apareciendo. Seguimos sin saber cómo saber reírnos de las creencias del otro sin caer en la burla o el insulto. Seguimos sin saber si se rien conmigo o de mi. Seguimos sin saber –al igual que hace un siglo- cómo hacer para distribuir el exceso de comida que producimos y evitar que la gente se muera, literalmente, de hambre.

Si. Somos más humanos. Pero lo que la Humanidad que nos debería unir se difumina con una creciente claridad en el medio de buenas intenciones y oscuros intereses. Humanos, demasiado humanos.  

martes, febrero 11, 2014

Oda a los libros - 50 libros y una entrada



Me pregunto por qué me gustan los libros. Son cosas pesadas, acumulan polvo y con el tiempo huelen a libro viejo. Son objetos estáticos. Lo que aparece en ellos es inmune a lo que tú hagas, pienses o dejes de pensar. Están y punto. Tú cambias. Ellos permanecen.

No sé, me imagino que me gustan cuando comienzo por n-sima vez a leer Cien Años de Soledad y pienso que todo lo que podría pasar en el mundo, ya está escrito en su primer capítulo. O soñar que todo lo que pasó en la Ilustración fue posible gracias a una Mujer (en mayúsculas) llamada Genoveva que empujada por su amor a Federico puso en contacto a Masones, Papas, Filósofos, Brujas y Esclavos como lo cuenta Germán Espinosa en La Tejedora de Coronas. Pero que en otro libro, El Signo del Pez, va más allá y plantea que la religión católica es una estrategia de mercadeo soñada también por una mujer, una elegante y culta prostituta para más señas. 

Kansas Library
Creo que también me gustan pues me permiten descubrir que las mujeres pueden ser tan generosas como la Genoveva anterior o tan terriblemente ambiciosas como Catalina de Medici en La Reina Margot o como en Madame Bovary. Pero también son ellas el motor que alimentan el corazón, la coherencia y fuerza de Jean Valjean en Los Miserables de Victor Hugo, el mismo que escribió El Último Día de un Condenado a Muerte y donde dice que “el que mucho me insulta, poco me ofende” y el que en El Jorobado de Notredame describe los preciosos ojos de Esmeralda. Todas ellas mujeres que al igual de Scarlett O’Hara en Lo que el Viento se Llevó compiten con los gestos y fuerza de Agnes en La Inmortalidad de Milan Kundera. 

No sé. Sinceramente dudo que los libros sirvan para algo si no para sentirte un absoluto ignorante de la historia y la literatura cuando descubres la erudición de Jorge Luis Borges en cualquiera de sus cuentos o de Germán Espinosa en cualquiera de sus libros. Una erudición que se une con un profundo sentido estético en el uso de las palabras; una sensación igual a la que se tiene entre manos un libro de William Ospina o Yukio Mishim este último hace que la historia de amor más simple que sea posible imaginar entre dos adolescentes, sea una verdadera obra de arte como lo hace en El Rumor del Oleaje.

Me imagino que los libros me permiten entender que la tragedia es aquello que todos los días sin saber cómo ni cuándo pasa al lado de nosotros, la inmensa mayoría de veces sin que se fije en nuestro devenir, como lo hace Philp Roth en su Pastoral Americana.  O el sinsentido de la tragedia que plasma Albert Camus en La Peste, el mismo que escribe esas inolvidables primeras frases de El Extranjero: “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé.”

Me encantan esos libros que una vez comienzan no quieres soltarlos hasta que aparezca la contraportada como El Código Da Vinci, Burlando a la Parca, Los Pilares de la Tierra, los primeros de Stephen King o muchos de los de Frederick Forsyth. Libros todos ellos que me acompañaron en deliciosas semanas de aislamiento del mundo. Pero que sin embargo, a pesar del inmenso placer y alegría que me produjeron no dejaron más huella que un vago y agradable recuerdo. En cambio lo que hizo Así Habló Zaratustra de Nietzsche me marcó profundamente, y no solo por su contenido, sino que me ayudó a entender que la filosofía también puede ser una novela. Aunque Kakuzo Okakura también me mostró que una profunda filosofía puede ser inspirada en los símbolos y ceremonias como lo hace en El Libro del Té.

O para que más sirven los libros si no es para debatir entre amigos y enemigos que le encuentran de bueno a Javier Marías, Haruki Murakami, Laura Restrepo –con excepción de Delirio- o a Las 50 Sombras de Grey. Aunque también esos debates me ayudan a no olvidar que esas sanas discusiones no son puntos donde enfrentar nuestros juicios y prejuicios, sino un largo camino donde el deber que tenemos es aprender sin juzgar, como lo hace Ryszard Kapuscinski en Ebano o Viajes con Herodoto.

Eso sí, cuando es de aventuras, no olvidar al Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, hidalgo personaje donde los haya que en el medio de sus locuras hace profundas reflexiones precisamente sobre el poder de los libros y el poder de las armas. Personajes como Ulises, quien mata a un cíclope diciéndole que él es Nadie. Como olvidar Las Minas del Rey Salomón o Miguel Strogoff de Julio Verne. O la referencia por excelencia de los detectives Sherlock Homes. Pero también entender que los libros de aventuras no tienen que ser divertidos, ni mucho menos buenos, como Moby Dick.

Entender La Historia del Mundo en Seis Tragos, no solo es posible sino que también es un libro de revisión histórica de Tom Standage, que también ayuda a entender que el mundo no es como lo vemos, sino como lo queremos ver como también se intenta demostrar en Chaos de James Gleick, La Trama de la Vida de Fritjof Capra o Sociobiologia de Edward Wilson. Libros en un primer contacto que pueden parecer densos, pero cuando te les acercas descubres que tienen mucho para ofrecerte. Son libros generosos con el conocimiento y sencillos en su propuesta.
El biblioburro, una historia real colombiana

Los libros me han ayudado a descubrir que no son tan castos como nos lo hace creer el cine, si no lean El Libro de la Selva y me dicen que piensan del “inocente” Mogwli, o la profunda y sabia crítica social que se hace en Los Viajes de Gulliver

Los libros también permiten acercarse a la cruda realidad que está en el otro lado del mundo como La Ciudad de la Alegría de Dominique Lapierre, al hambre durante la Gran Depresión que  se refleja en Las Uvas de la Ira de Jhon Steinbeck –el mismo de La Perla y De Ratones y Hombres, dos libros que impactan su final-, o también acercarse a tragedias más lejanas en el tiempo como La Cabaña del Tío Tom, o el ya no tan famoso Raíces y su personaje Kunta Kinte. Leer libros como La Violencia en Colombia de Fals Borda te da la sensación que la tragedia humana se repite con patética similitud generación tras generación. Pero que también los prejuicios cambian para seguir siendo los mismos como en Els Altres Catalans, de Francesc Candel.

Como olvidar las enseñanzas de Animal Farm -somos iguales, pero unos más que otros- y 1984 -y su newspeak- de George Orwell, la erudición de Umberto Eco en El Péndulo de Foucault, pero el error de El Cementerio de Praga y la sabiduría oriental a la que te permite acercarte Hermann Hesse en Siddhartha y que luego te lleva pueblos perdidos en los alpes suizos en el casi desconocido Peter Camenzind. La tragedia convertida en un canto al amor en La Luz Dificil de Tomás González -donde en la primera página ya te anuncian que el hijo del que escribe se va suicidar- y El Olvido que Seremos de Hector Abad, donde la presencia del padre asesinado es lo que más se siente en todas sus páginas.

En  fin. Sinceramente no sé para que leo libros. Ni para que me gusta escribir o hablar sobre ellos. Son cosas pesadas que acumulan polvo y con el tiempo huelen a libro viejo. 

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