jueves, noviembre 10, 2011

30 libros, 30 razones (3)

  3. Uno que sea un placer culposo

Apenas van tres entradas de este listado y ya me encontré con la primera razón con la que no se me ocurría ningún libro relacionado. El motivo es sencillo, libros que me hayan dado un momento de placer, muchos, libros que me sintiera culpable de leerlos, no tantos, pero libros que me hayan producido culpa y placer al mismo tiempo, no logré encontrar ninguno. 

Creo que esto se debe a que yo relaciono un “placer culposo” con, por ejemplo, el placer que me da ir a la champañeria de Barcelona, un sitio donde el nivel de colesterol y de sal en tu sangre se dispara mientras te comes un bocadillo de chistorra con mostaza picante y lo acompañas de un vino burbujeante de calidad ligeramente superior al vino “cariñoso” de Colombia. Pero comer allí me produce esa sensación única de combinar en sus justas proporciones la culpa y el placer. En Colombia serían los perros calientes callejeros a las 3 de la mañana, o una sesión de 30 minutos de comer empanadas fosforescentes, acompañados de ají y colombiana bien fría. Para mí esas experiencias son las que me producen placeres culposos… libros, la verdad, que ninguno. 

Sin embargo, ese placer si lo siento cuando leo “revistas del corazón” –y no sé si esas revistas pueden ser catalogadas como libros, pero creo que sí podrían ser un género literario-. Estas revistas se dedican a publicar los trapos sucios (en sentido literal y metafórico) de cualquiera que aparezca en la televisión, que pueda insultar a cuatro personas en 30 minutos y que demuestre una capacidad innata de volverse agresivas cuando le muestran que miente o que puede estar mintiendo. Claro que también introducen en sus “reportajes” especiales: engaños maritales, padres negando paternidades, mujeres acusadas de cualquier cosa o jóvenes de ambos sexos que dicen haberse acostado con famosos (principalmente futbolistas)… todas esas minucias se refieren tanto a famosos locales o famosos que solo son conocidos en otros países, pero que por el hecho de ser famosos allí lo pueden ser aquí. Si lo reconozco, me gustan las “revistas del corazón”. Eso si, como cualquier lectura que se respete, tiene su tiempo y su ambiente. Estas revistas solo las leo en las peluquerías cada vez que tengo que esperar pacientemente que las tijeras cumplan su función.

Cuando las leo, a pesar del gusto que me producen, a veces no puedo evitar indignarme de lo que allí se cuenta y mover mi cabeza de lado a lado, en un intento de negar lo que allí cuentan o avergonzarme de lo que me estoy enterando. Más de una vez la peluquera me ha dicho “no se mueva tanto” y creo que alguna consecuencia ha tenido el corte de pelo. Pero eso no ha sido razón para dejar de buscar este tipo de revistas cada vez que entro a una peluquería. Es más, si no las veo disponible las pido. En una ocasión cuando las pedí la persona que me atendió me dijo que si no quería “revistas para hombres”, yo sorprendido, le respondí “y cuales son”?... me mostró “muy interesante” y “GH”… ante esa demostración de contundencia intelectual, no me aparte de mi gusto y pedí mis queridas revistas del corazón. 

Si, esas lecturas son para mí un delicioso placer culposo…

***

P.S. Lo curioso de leer estas revistas, es que a pesar de lo que yo disfrute su lectura, de lo mucho que me indigne o de lo patético de cualquiera de los reportajes que hubiera podido leer, en el 99% de las veces, una vez fuera de la peluquería y al llegar a la esquina, ya se me ha olvidado todo. Incluso aquella noticia que me hubiera gustado guardar en la memoria para comentarla en este blog. Me imagino que algo de "instinto de limpieza mental" es la que hace que mi memoria se cuide así misma de lo que yo le quiero dar.

jueves, noviembre 03, 2011

De prejuicios y dioses de supermercado


Llego a un supermercado, no importa el nombre, no importa el lugar. Podría pasar al lado de tu casa y de la mía. Hace frío afuera y gracias a la lluvia tengo frío. Dentro del supermercado, como no puedo evitar pasar por la sección de congelados, el frío se hace más intenso. Lo único que pienso es en algo caliente que me estimule el espíritu. El Dios de los supermercados –en todas partes hay un Dios – me pone al final del pasillo de los embutidos a una agradable señora encargada de atraer nuevos clientes  regalando pequeñas muestras de butifarra artesanal. 

Mientras mi alma elevaba una oración de agradecimiento al Dios de los supermercados por darme esta oportunidad de no perder la fe. La señora, con una sonrisa bastante cercana a la sinceridad, comienza a explicarme en su idioma las ventajas del producto. No me mira a los ojos pues mientras me habla, ella está concentrada en un señora que pasa por mi lado muy interesada en el producto. Que no me mire, no me molesta, es más, me alegra que no se dirija a mí, así puedo continuar rezando y disfrutando de como el frío remite de mi cuerpo. Una vez que la posible clienta después de haber visto el precio del producto, sigue de largo, la señora que el Dios de los supermercados me había puesto en mi camino, me mira por primera vez a los ojos. Y ohhh sorpresa. Mi no-se-qué que siempre me convierte en “sospechoso” de no haber nacido a pocos kilómetros de esta ciudad, sino a miles de kilómetros de aquí, hace que la señora, en una misma frase cambie de su idioma nativo al mío. Y lo hace con una mirada y un cambio de tono de voz que lo primero que pensé era que me pedía disculpas por dirigirse a mí en un idioma que, en teoría, yo no debería conocer. Yo no sé si agradecerle por el gesto de cambiar de idioma o por la butifarra.Con la boca medio llena, sonrio y sin decir nada, sigo mi camino.

Gracias a Dios y a la butifarra, el frio es menor. Sigo caminando hacia la sección de vinos, hoy tengo una cena familiar y cualquier vino no sirve. Pienso en las razones que tuvo la señora enviada-por-Dios para cambiar su idioma cuando se fijó por primera vez en mi. Mi reacción inmediata fue de una pequeña y molesta rabia. ¿Acaso ella piensa que únicamente por mi no-se-qué de inmigrante me hace incapaz de entender su idioma? ¿Acaso ella no sabe que soy, como dicen algunos exámenes fully competent en su idioma? ¿Acaso no sabe que yo trabajo, hablo y escribo en su idioma?.
La primera respuesta a esas preguntas hace que la rabia no sea más grande, pero si más molesta. Dejo esas reflexiones al lado, debo concentrarme en el vino rioja reserva de 2007 que estoy buscando. Al final de la estantería lo encuentro. Dios no me abandona y tengo lo necesario para la cena.

Dirijo mi camino a las cajas. De forma intencionada paso por la sección de butifarra gratuita que Dios me mostró, para hablar con la señora y demostrarle que yo también conozco su idioma. Bueno, también para comer un poco más de butifarra caliente. Sin embargo, al pasar por el puesto donde antes estaba la señora, ella ya no está, pero afortunadamente dejó unos cuantos trozos de “libre disposición”. Vuelvo a agradecer a Dios por su generosidad.

Estoy haciendo fila para pagar y veo en la distancia a la señora de las butifarras; mientras habla con otro posible cliente no deja su sonrisa que me sigue pareciendo bastante sincera. Pienso en la rabia que me había producido el encuentro de pocos minutos antes. Sin embargo, en el medio de esas reflexiones, por una extraña asociación de ideas tengo la certeza que mi rabia no era justificada: entiendo que la señora quería ser amable conmigo al dirigirse en un idioma que yo, supuestamente, si pudiera entender. La señora intentaba convertirme en un cliente y para eso quería evitar cualquier malentendido idiomático. La señora intentaba ser, sencillamente, amable conmigo y ella ser una buena vendedora.

Me acuerdo de un amigo que me dijo hace tiempo, no por ser paranóico significa que te están persiguiendo. 

Salgo del supermercado, agradezco a Dios de los supermercados por su generosidad, a la señora de las butifarras por su amabilidad y a mis amigos por su sabiduria. 

***
Dos entradas de "ñapa":

Una entrada antigua sobre el Dios de los supermercados una entrada de hace tiempo pero que no pierde vigencia: En defensa del consumismo

Una experiencia similar pero ya no desde el prejuicio del inmigrante hacia el nativo, sino del más conocido y divulgado: del Nativo hacia el inmigrante: Hay miradas que matan

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