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"... Llegaban en grupos bulliciosos portando armas suficientes para equipar a un batallón, y se lanzaban monte adentro dispuestos a acabar con todo lo que se moviera. Se ensañaban con los tigrillos, sin diferenciar crías o hembras preñadas, y, más tarde, antes de largarse, se fotografiaban junto a las docenas de pieles estacadas.
Los gringos se iban, las pieles permanecían pudriéndose hasta que una mano diligente las arrojaba al río, y los tigrillos sobrevivientes se desquitaban destripando reses famélicas.
Antonio José Bolivar se ocupaba de mantenerlos a raya, en tanto los colonos destrozaban la selva construyendo la obra maestra del hombre civilizado: el desierto"
Pag. 60. "Un viejo que leía novelas de amor". Luis Sepulveda. Editorial Tusquets. 70a edición, Junio 2007.Ahora, en tiempos donde la contaminación por un vertido de petroleo de las costas Nigerianas, a duras penas y con gran esfuerzo se puede encontrar en las noticias. Ahora cuando las grandes compañías auríferas ponen y quitan gobernantes aquí, allí y más allá. Ahora cuando para extraer carbón se plantea mover 26 kilómetros parte del cauce del único río que hay en amplia zona del norte de Colombia. Ahora cuando la civilización llega a esos territorios pobres en dinero, pero millonarios en recursos minerales. Ahora es cuando las palabras de Antonio José dichas en relación a la desaparición de la selva amazónica y su referencia al desierto como obra maestra del hombre civilizado cobran como total vigencia.
En un cuento de Borges el desierto se presenta como el más grande y perfecto laberinto que jamás ha existido. Sin embargo, mucho me temo que la angustia de las próximas generaciones consistirá en tratar de encontrar la puerta de salida de este laberinto que hemos construido. Pero no. Será demasiado tarde, este laberinto no tiene ni puertas, ventanas ni techo. No tiene nada. Lo es todo.
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