martes, noviembre 02, 2010

Estatuas de Ceniza

Escena única:

Llego al aeropuerto de Bruselas para un evento europeo. En la fila para tomar un taxi, delante de mí se hace una mujer que por la forma en que llevaba su cuerpo me hizo recordar a Emmanuelle Seigner, en su papel de Mimi en la película Luna de Hiel. Detrás de mí, una larga fila de personas, en su mayoría hombres vestidos muy elegantemente y todos con colores que variaban del café oscuro al azul oscuro –las mujeres igualmente elegantes y vestidas con una gama de colores muy similar. Colores claros, únicamente en la corbata y el turbante del hindú que estaba justo detrás de mí.

La mayoría de estas personas compartían, además del gusto por el vestir, el mantener la cabeza gacha mirando la mano levantada que tenían a la altura del pecho, mientras que tenían la otra mano atada a la maleta. Esporádicamente se les escapaba un gesto que interpretaba como una conversación con su vecino de fila.

Algunos de ellos, y de ellas, cuando levantaban la cabeza y se fijaban en la momentánea Mimi que me acompañaba en la fila, dejaban ver un breve gesto de agradable sorpresa, envidia o alegría, para volver a mirar la mano que tenía a la altura del pecho. Que traducía el gesto no lo sé. El hecho de saber que podían hacer un gesto diferente al de estar concentrados en su mano, me tranquilizaba.

Al ver todo esto, no pude evitar imaginarme estar viendo una escena de una película de mafiosos en la cual todos están en el entierro de la víctima de turno, con sus cabezas gachas y esperando que pase algo. O imaginarme en una misa en el momento en el cual el cura pide que reflexionemos sobre nuestras culpas y mientras unos se arrodillan, otros simplemente bajan la cabeza en actitud de respeto.

En mi caso, no creo que fuera ni lo uno ni lo otro. Es decir, ni eran mafiosos ni eran personas que reflexionaran por sus culpas –aunque nunca se sabe. Sencillamente todos estaban concentrados en ver (supongo que también leer) lo que su teléfono hiperconectado les tenía que decir. Es decir, que mientras estaban en Bruselas esperando un taxi, aún seguían en su oficina de cualquier lugar de Europa. Estaban ahí, conmigo, pero su mente a kilómetros de distancia. Las maravillas de la tecnología: poder estar y no estar en el mismo momento y en el mismo lugar. O quizás debería decir, la tragedia de las tecnologías que te permiten –y cada vez más- no estar donde estas.

La fila avanzaba y la rutina seguía. Alguien se incorporaba al final, alguien se iba en un taxi. Los gestos de cabeza gacha mirando la mano a la altura del pecho, se conservaban. La momentánea Mimi, tomó su taxi. Era mi turno. Tuve que esperar un poco más de lo que venía siendo la norma, lo que me dio la oportunidad que antes de subir al taxi poder dar una última mirada perdida a quienes se quedaban en la fila. La permanencia de los gestos de quienes esperaban, me hizo pensar en una larga fila de estatuas de ceniza que esperan a que un viento pasajero las hicieran desaparecer. Me alegré no quedarme allí.

Supongo que era mi cansancio el que me hacía ver la imagen del entierro, la iglesia, imaginar que compartía fila con Mimi, o la fila de estatuas de ceniza a punto de desaparecer. Pero al ver la cara y los monótonos gestos de las personas de la fila, creo que los cansados eran ellos. Los entiendo, tenían que estar en dos lugares al mismo tiempo: la fila en Bruselas y sus jefes –o subordinados- en otro sitio, sin poder estar en ninguno de los dos.

***

Algunas veces pienso que las tecnologías de las comunicaciones (con el internet como máximo ideal, y los teléfonos hiperconectados, como su materialización en la tierra) nos han permitido miles de avances en muchos campos y, en la dimensión personal, establecer (o mantener) nexos familiares o de amistad con personas que están en cualquier lugar del mundo. Sin embargo, tengo la sensación que muchas veces estas tecnologías más que una ventana de conexión con el mundo, son una puerta de escape de nosotros mismos. Nos sentimos solos y necesitamos conectarnos con alguien dejando a un lado a quien tenemos al lado nuestro, o lo que es peor, con nosotros mismos.

Esta hiperconectividad en el plano laboral, nos hace creer que somos más eficientes al "estar" en dos lugares al mismo tiempo, pero en la dimensión humana, al mismo tiempo que somos más eficientes, es probable que seamos menos personas.

Hubo un tiempo en el que yo pensaba que estar de pie y con la cabeza inclinada, significaba un momento de tristeza o de reflexión. La hiperconectividad de hoy en día me dice que no es ni lo uno ni lo otro, sino que cada vez más es un gesto que representa ausencia, o justo lo contrario: una hiperpresencia, pero para el caso, me da la impresión que es lo mismo, pues como dice la caricatura que acompaña este último apartado: "las buenas noticias es que ellos están hiper-conectados. La mala, es que eso es todo lo que son".

3 comentarios:

calorama cavila dijo...

http://www.elespectador.com/imagen-235879-cartones-de-garzon

Unknown dijo...

caloche
vi esa caricatura hace un par de días y cuando supe que era la que estaba buscando para acompañar el texto.. es exactamente eso lo que quiero decir...

thanks por recordarlo

abrazos

y gracias por la compañia

omchama

calorama cavila dijo...

http://www.youtube.com/watch_popup?v=17ZrK2NryuQ&vq=medium

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