Me gustaría decir
que he leído varios libros de una sentada. Pero no. Es más,
creo que nunca me he leído un libro de “un tirón” –claro exceptuando los dos libros de Paulo Coehlo, uno creo que era
El Alquimista y el otro no me acuerdo-. Lo más cercano ha sido “La Perla” de John
Steinbeck que comencé a leer una noche, para al día siguiente no soltarlo ni durante
el desayuno y ni durante los 35 minutos de metro hasta el trabajo para acabarlo
justo antes de tomar el ascensor de mi oficina.
Como se comprobará
a lo largo de esta serie de entradas, mi recuerdo de los libros estará más
relacionada con la sensación que me transmitió, que con su trama y sus personajes.
Los libros los recuerdo más como flashes que como una luz de una linterna.
En La Perla, la
sensación de cómo la existencia tranquila de una familia puede verse trastornada
y transformada por algo aparentemente tan deseable como la riqueza, es lo que primero
viene a mi memoria. Una memoria frágil que solo me permite recordar el
sufrimiento de la familia cuando encuentran la perla, y como esto se
convierte en una pesada carga que hace aún más dolorosa su propia realidad. Del
libro recuerdo playas, persecuciones, la sencillez de sus protagonistas –no confundir
con simpleza- y la misma sensación de impotencia que produce la injusticia
cuando la hemos convertido en modus vivendi. Pero también, recuerdo la certeza
que la riqueza material no solo es la puerta de acceso para satisfacer tus necesidades
y gustos, sino también una excelente atalaya para hacer aún más evidentes las
enormes diferencias e injusticias que rodean nuestra propia existencia.
¿Recomendar este
libro?... sin duda alguna. Resumir en un libro tan corto una trama tan bien
construida y presentada, resulta un placer. Casi me atrevería a decir que es un
excelente punto de partida para libros como Los miserables, Las uvas de la Ira
o el mismo El otoño del patriarca, donde se muestra al ser humano como única
fuente de dolor y alegría.
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