El mundo es un centro comercial. No lo digo por el consumismo del que ya he hablado varias veces en este espacio, ni tampoco por el hecho que sea España de los tres países con mayor número de centros comerciales de la Unión Europea, ni muchísimo menos por la fábula urbana que dice que cuando un turista -bastante despistado por cierto- conoció el Barrio Gòtic de Barcelona preguntó la hora en que cerraban ese centro comercial. No, no digo que el mundo sea un centro comercial por esas razones, lo digo por que está a punto de comenzar las vacaciones de verano y muchas conversaciones a la hora del descanso del trabajo se centra en quien tiene el destino más extraño, más exótico, más lejano, el más pobre o el más suntuoso, el más pacífico y tranquilo o el más dramático y dinámico. En algunas ocasiones cuando escucho los posibles destinos tengo la sensación que esos países son tan solo almacenes de un gran centro comercial especializado en "cosas únicas producidas en serie".
La mejora de la calidad de vida y en especial, el aumento de la capacidad adquisitiva en algunos países, han hecho -entre otras razones- que el mundo sea mundo más pequeño para un mayor número de personas. Si bien antes eran unos pocos los que podían tomar un avión el viernes después de salir del trabajo para cruzar el Mediterráneo, dormir en un hotel en el medio del desierto y volver en primer vuelo del lunes para llegar directamente al trabajo, hoy en día este colectivo es inmensamente más grande y fuera de eso, los destinos son mucho más variados. Hoy en día los destinos que antes parecían lejanos por su elevado costo, en la actualidad están al alcance de cualquier persona -la semana pasada una aerolínea de bajo costo de España, "vendía" pasajes de avión de solo ida por cero euros; si, cero euros. El mundo es, en definitiva, mucho más pequeño y accesible. Sin embargo, esto no significa que para la mayoría de las personas que sienten que el mundo es más pequeño, al mismo tiempo sientan que esos destinos estén más cercanos o sean más conocidos. Por el contrario, es tal la variedad de estilos de vida que se pueden observar que se ratifica la sensación que son mundos tan diferentes que no hay puntos en común, puntos de encuentro.
Después de un tiempo de no verse con los compañeros de trabajo o los amigos, como ocurre con las vacaciones, es lógico hacer un breve recorrido por lo que se ha hecho durante el tiempo de separación. Como es de esperarse, después de las vacaciones estas conversaciones se vuelven más interesantes y prolijas tanto en temas como en versiones de los mismos destinos. Sin embargo, muchas veces quedo con la sensación que para muchas de las personas que les he escuchado sus viajes, estos destinos son como un almacén de un inmenso centro comercial, donde cada uno "compite" por haber visitado el más extraño, inverosímil o único. Donde en algunas veces se confunden las costumbres de esos "almacenes" con espectáculos, en el mejor de los casos, o rituales extraños y de los cuales se debe desconfiar, en el peor de ellos. No pretendo, ni mucho menos, decir que para poder viajar se debe profundizar en las costumbres del destino, pero si creo que antes de juzgarlas se debe tratar de al menos entenderlas. Solo de esta manera un juicio tendría validez.
Toda esta reflexión surgió a raíz de un comentario que oí de una amiga que había ido a África. Ella no podía entender la pasividad de los "nativos" frente a algunas situaciones. Mi amiga no pudo entender, entre muchas otras cosas, que no hubiera horarios de salida de autobuses y que nadie dijera nada o que ante su pregunta de "¿cuando salimos?", la respuesta siempre era "pues cuando nos vayamos". La desesperación, como es lógico, se apoderaba de ella y a partir de ahí es fácil y efectivo elaborar un discurso sobre el atraso de esos países. Sin embargo ella nunca se detuvo a pensar sobre lo que se encuentra detrás de esa pasividad, frente a esa aparente resignación. Sencillamente observó esa realidad como quien mira un almacén de ropa desde los inmensos ventanales y ve al fondo un maniquí con un vestido que no le gusta y decide que toda la ropa de ese almacén no es de su estilo y se va. No se plantea entrar a ver otros vestidos o al menos comprobar que realmente el vestido que se veía desde el ventanal en realidad no le gusta. Las posibilidad de encontrar el "vestido de su vida", las anula por el prejuicio de ver un vestido que no le gustaba desde el ventanal. Este tipo de turista casi siempre me transmite la sensación que la más leve costumbre que no este acorde con su esquema mental, anula cualquier posibilidad de aprender de la otra cultura; la posibilidad de probarse otros vestidos, o lo que es lo mismo, otras costumbres, es anulada por el vestido que no les queda bien. Para estas personas, el mundo es un gran centro comercial de cosas curiosas pero no valiosas, donde cada país y cada destino son tan solo almacenes con productos exóticos.
Yo por ahora sigo planeando mi viaje a Islandia gracias a la guía que me describe los paisajes que tengo que ver, desde donde los tengo que ver, los sitios donde debo ir y las mejores horas para visitarlos.
1 comentario:
Me encantó esta analogía. Así es... totalmente.
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