Justicia no es sino lo que conviene a los intereses de los más fuertes. El poder es lo único que hace que algo sea justo.
La República, Platón
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Es común oír que en la historia de la humanidad nunca se habían alcanzado los niveles de libertad (de movimiento, desarrollo personal, elección...) que actualmente se disfrutan en algunas sociedades. No pongo en duda esta afirmación, pero -siempre hay un pero- me pregunto si esta libertad está siendo ejercida dentro de un marco que tenga en cuenta su complemento indispensable: la justicia. Sobre este último concepto es sobre el cual quiero hablar en esta entrada, pero entendida como las normas que se plasman en los códigos y leyes y no sobre el concepto relativo, y por lo tanto discutible, de lo que es, o no, justo.
Para empezar, una hipótesis: la justicia se basa casi exclusivamente en la venganza que imparte la sociedad sobre quien rompe el acuerdo común y no se basa en el resarcimiento del daño como me gusta creer. En otras palabras la justicia es la medida acordada de la venganza que infringe la sociedad a quien rompe el acuerdo común: los paramilitares en Colombia dentro del proceso de desarme (lo de desmovilizarse ellos y su estructura, está por verse), ofrecen millones de dolares para reparar sus masacres y quedar en paz con la justicia; los grandes contaminadores del mundo, ponen sobre la mesa unos cuantos millones de dolares para pagar el costo de sus emisiones; los infractores de tránsito pagan la multa por saltarse una señal en rojo o dejar el vehículo en sitio para discapacitados. Ese es el tipo de justicia en la que he vivido: una justicia que valora la vida humana en euros, la salud de la población en tantos millones, el poner el riesgo la vida de un peatón en unos cuantos euros y cosas por el estilo.
A lo anterior se le suma que como en muchos otros aspectos de la vida, la justicia es una simple operación matemática, donde el castigo, es decir, el dinero que se debe pagar, se calcula en función de cuatro variables: la cobertura mediática que actúa como multiplicador; la gravedad de la infracción como un sumando; el poder -o su sucedáneo, la influencia- que se posea resta a la pena; y la distancia entre donde se comente el crimen y los centros de poder como divisor (a mayor sea la distancia, menor será la pena). El dolor real, es decir el que sufren las víctimas directas e indirectas, está incluido dentro la cobertura mediática (el dolor de una muerte se diluye entre la cantidad de noticias). Sin embargo, si se desea, la cobertura mediática puede multiplicar el dolor: si quieres ser víctima, llama a los medios. La combinación de estas cuatro variables y el marco general que brinda la libertad acordada por la sociedad, determinarán la pena resultante. Con la misma objetividad y frialdad con que un ingeniero calcula puentes y edificios de acuerdo a los códigos de construcción, los jueces y fiscales calculan el castigo que debe pagar un delincuente de acuerdo a las leyes aprobadas.
Si la anterior hipótesis resulta ser cierta, se puede decir que quien acumula dinero acumula el perdón de la justicia y libertad. Para ejemplificar esto, me gustaría mencionar una noticia publicada hace un par de meses en los diarios de Barcelona*: a raíz de la paulatina concentración de locales comerciales dirigidos por inmigrantes chinos en un barrio de Barcelona, una parte de sus habitantes organizaron una marcha en contra de esta dinámica. Cuando la policía se enteró de esta manifestación, fueron a comunicarle a los responsables que no era posible realizarla por la falta de permisos (no por el sentido moral que tiene hacer una manifestación contra un colectivo) y que si la llevaban a cabo se expondrían a una multa de hasta 30.000 euros. Los vecinos, como era de esperarse, desistieron. Sin embargo lo que me llamó la atención fue que el argumento para desconvocar la marcha fue que no tenían el dinero, no la ilegalidad de la acción. Ante estos hechos me da la impresión que en la sociedad occidental hay un acuerdo tácito que dice: "cuanto tienes, cuanto puedes delinquir". Como una pértiga, el saldo bancario sirve para saltarse las barreras legales. Si no me creen, los invito a reflexionar sobre el cumplimiento de algo tan sencillo como las normas de tránsito: ¿cuantas veces hemos dejado de cometer una infracción por el miedo a la multa y no por lo ilegal que es? ¿cuantas veces hemos hecho algo que no se debe hacer con la disculpa "no me ve nadie que me pueda multar"?.
¿Ahora bien, que alternativa queda para establecer otro orden de prioridades, para establecer otro sentido de justicia? La verdad no creo que exista, pues como dijo Goethe, "la Ley y el Derecho como una enfermedad incurable, se deslizan de generación en generación y avanzan de un lado a otro. La razón se convierte en algo absurdo y la bondad en perjuicio"** y frente a eso pocas cosas se pueden hacer. Como un gen recesivo, el dinero se ha introducido en la justicia desde muchas generaciones atrás, y hoy en día, parece ser un gen dominante.
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* Sobre este tema, aunque no sobre la misma noticia, me referí en una entrada anterior
**Fausto, Goethe, J. W. Ed. Espasa Calpe. Madrid, 2007. Pag. 102.
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