Barcelona es una ciudad ruidosa. Como cualquier gran ciudad, tiene un murmullo constante, de fondo, casi imperceptible. A eso los citadinos estamos más que habituados. Pero de vez en cuando, a este murmullo se le añaden ruidos infernales capaces de irritar al más apacible de los mortales. Los moteros adolescentes, por ejemplo, que trucan su tubo de escape para hacerlo más ruidoso, más poderoso, para que todos nos percatemos de que están ahí y que son los dueños del asfalto. No puedo evitar relacionar la obsesión por su sonoro tubo de escape con alguna parte de su cuerpo con la que quizás no se sientan muy satisfechos… En fin, freudismos aparte, cada vez que los veo (o mejor dicho, oigo) llegar a lo lejos, respiro profundo y pienso en una isla paradisíaca para evitar así la descarga de adrenalina que hace que se me ponga mala la leche... Otra alteración del murmullo de la ciudad es la gente que grita y berrea al aparato, el aparato móvil, por supuesto. En el autobús, en el tren, metro… da igual que esté atestado de gente, apiñada y haciendo equilibrios. Algunos no se cortan en gritar a 20 centímetros del oído de uno, que intenta en vano concentrase en el libro que pretende leer.
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Más sonidos curiosos: el de algunas tiendas de ropa femenina. Esas que están de moda, donde las dependientas tienen menos de 20 años, pesan menos de 50 kilos y miran con cara de espanto cuando una se prueba un par de pantalones. En esas tiendas hay un ruido de fondo particular, que recuerda a esas noches locas discotequeras donde uno se evade de conversar y de ser coherente, excusado por la música atronadora y el alcohol. Eso está bien en una noche de sábado, con 18 años, una pista para bailar, todo el alcohol del mundo para tomar y muchas hormonas que sosegar. Pero si uno quiere comprarse unos pantalones, no es lo más práctico, la verdad: “¿Tiene una talla más?” “Chumba, chumba, chumba” “¡¿Qué dices?!” “Chumba, chumba, chis pun, chis pun” “¡¿Que si tiene una talla más?!” (Además siempre hay que tragarse el orgullo y pedirle a la adolescente de menos de 50 kilos una talla más…). Vaya, un desastre.
Todo eso se puede llegar a tolerar. Pero lo que no se puede tolerar es que, una tranquila mañana de un jueves de finales del verano, uno decida evadirse de la ciudad, dándose un baño en la playa antes de ir al trabajo y también allí ocurra el desastre. Grata sorpresa, inicialmente, al llegar y ver la playa de Barcelona casi vacía, el mar limpio y sereno como una balsa, el chiringuito sin un solo “guiri”. Sin todos esos personajes vendiendo masajes, refrescos, ropa, que aún no han llegado. ¡Qué delicia para los sentidos! Es como un sueño darse un chapuzón matutino y tumbarse a oír el mar y leer un rato. Pero de repente, suenan los altavoces de la playa (sí, en Barcelona hay altavoces en la playa, como hay carteles con escritos tipo “no olviden recoger su basura”). La educada voz al otro lado de los parlantes informa en catalán sobre la necesidad de vigilar nuestras pertenencias, sobre el estado de la mar, sobre las normas de civismo, etc. Después de informar en catalán, lo hace en castellano. “Bueno, pronto termina y puedo seguir disfrutando”, pienso. ¡Craso error! ¡La retahíla sigue en inglés y francés! Mi momento de paz y tranquilidad, al borde del manso mar barcelonés, se va esfumando por momentos… Y se esfuma definitivamente cuando, a medio metro de mí, se instalan dos adolescentes que, untándose de aceite bronceador, conectan sus MP3 a unos altavoces de diseño, desde los que un moderno grupo de hip-hop canta “todos los hombres son unos cerdos, todas las mujeres son unas guarras”. Y es que así no se puede…
Me pregunto dónde puedo estar en paz en una ciudad como ésta. Tendré que ir a escuchar al Dalai Lama en el Palau Sant Jordi, por unos módicos 20 eurillos, seguro que me da un buen consejo.
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Por Hortensia Vallverdú
2 comentarios:
interesantes tus apreciaciones del ruido en Barcelona.
siempre me ha parecido que Barcelona es una ciudad demasiado ruidosa para mi gusto, no esta solo los moteros o la música en los almacenes y en la playa, también esta el endiablado trafico, la gritería de la gente para hablar (esto me dio hasta para crear una sección en mi blog) ni que decir cuando están hablando (gritando por el móvil)...
en fin una ciudad con pocos espacios para disfrutar de verdadera tranquilidad... pero toca buscarlos.
saludos
Es rasgo muy espanhol hablar fuerte ("duro", decimos en Colombia). Al principio, creia que los y las espanholas tenian un pito atravesado en las cuerdas vocales, que produce ese timbre caracteristico. Luego percibi que la gente joven vocifera aunque no haya bebido (y me parece que es muy madrilenho). Los franceses, en regla general, son mucho mas sigilosos. De hecho, el telefono celular se puede usar como barometro: solo se escuchan las conversaciones -por ejemplo, en el metro- de los turistas o de los migrantes recién llegados.
o-lu
http://socioenlinea.blog.lemonde.fr/
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