lunes, junio 16, 2008

Cuarenta años sin hablar alemán

En Europa hay un vivo debate sobre el fenómeno migratorio. Un debate que enciende ánimos, moviliza votantes, vende periódicos y que incluso, en algunas ocasiones, busca las maneras de enfrentar a este hecho, que bajo ningún aspecto es un problema como lo preguntan las encuestas. Se escuchan todas las voces, desde que las que dicen que todo es culpa de los inmigrantes, hasta que gracias a los inmigrantes se mantiene el estado del bienestar. Una de las propuestas para solucionar el dilema de los europeos, pero no de afrontar las necesidades de los inmigrantes, es la firma de un "contrato de integración", que varia según el país. Una propuesta que puso recientemente sobre la mesa el presidente de Francia Nicolas Sarkozy, un representante que se podría decir tiene su soporte en aquella masa amorfa que se sitúa a la derecha de la opinión pública, pero que José Zapatero, un representante del lado opuesto de Sarkozy, comienza a "dejar caer" en los medios de comunicación. Dentro de estos contratos se incluye un punto que consiste en que la persona se compromete a respetar las costumbres y valores del país donde llegue -que le acoja es otro tema que no tiene nada que ver con la llegada- y que además aprenda el idioma. Este último elemento, el del idioma, es un punto necesario e importante para la integración plena en la sociedad, pero no imprescindible como lo muestra el artículo que copio a continuación.

Desde donde escribo estás líneas, Catalunya, el debate sobre el uso y cuidado del catalán es pan de cada día. El dictador Franco intentó imponer el Español como única lengua de España, pero al menos en Catalunya fracasó en su intento. Hoy y a un costo, a mi parecer, excesivo tanto desde la perspectiva económica como política, se intenta reforzar y revivir el Catalán como lengua vehicular en Catalunya. De hecho, uno de los partidos que defienden más este idioma me da la impresión que en sus decisiones políticas priman el refuerzo de la cultura catalana y una eventual independencia de España, por encima de las necesidades sociales de quienes componen su cultura.
Este artículo que copio a continuación, creo que puede ser un instrumento de reflexión interesante tanto para quienes llegamos que pensamos que la única manera de integrarnos es mediante el idioma (es muy importante), como para los que defienden el contrato de integración o para los que priman el debate sobre la lengua sobre otras realidades, que a mi parecer, son más urgentes e importantes.

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Cuarenta Años sin Hablar Alemán
Por Rosa Montero
Aparecido en El País el 15/06/08

La velocidad a la que los humanos olvidamos nuestro pasado es desde luego asombrosa. Recibo dos álbumes, dos libros con el lomo cosido con espirales metálicas, confeccionados por la asociación Arco Iris de Basilea (Suiza). Se trata de una asociación de emigrantes españoles jubilados, es decir, de personas que decidieron quedarse en su segundo país y no volver. Los libros son unos trabajos primorosos y fascinantes. Uno se titula Tal como somos, y es una sólida encuesta sociológica hecha por ellos mismos sobre los residentes españoles de la zona mayores de sesenta años (en total, según sus cuentas, hay 336). El otro trabajo, titulado Tal como éramos: españoles en Basilea 1957-1980, cuenta lo que fue la emigración a través de testimonios personales y de un montón de fotos antiguas y maravillosas, retratos de bodas y bautizos, de fiestas con bailes regionales, del primer televisor comprado con esfuerzo, de la modernidad y el desahogo económico duramente alcanzados.

Y leo los libros y me quedo pasmada. Todo suena tan cercano, tan semejante a lo que ahora estamos viviendo desde el otro lado. Sí, desde luego, siempre que hoy se habla de la inmigración, hay alguien que, con sensatez, intenta recordarnos que fuimos un país de emigrantes hasta ayer mismo. Pero una cosa es decirlo y otra cosa verlo, leer sus testimonios, ver sus caras. En apenas una docena de años, desde finales de los cincuenta hasta principios de los setenta, más de dos millones de españoles salieron del país como emigrantes. Fuimos los ecuatorianos, los rumanos, los subsaharianos de la época. Dice uno de los jubilados de Basilea: “Muchos de nosotros llegábamos como ilegales y teníamos que esperar en una pensión de Saint Louis hasta que encontrábamos un puesto”. Y otro explica: “Yo pasé la frontera de clandestino. Recuerdo que un amigo mío que conocía bien el camino a través del bosque vino a buscarme y me colocó una mochila y unas botas dos números más grandes que me hicieron unas ampollas grandísimas. Así, disfrazados de excursionistas, nos pusimos a andar. Yo creí que me moría de miedo cuando nos cruzamos con un guardia de frontera, pero mi amigo le saludó muy efusivamente con un ‘grüezzi’ y no nos pidió ningún papel…”.

La encuesta señala que la edad media de los jubilados españoles en Basilea es de 69 años. Dos tercios de la población vive de manera desahogada, pero el 30% está al límite o con problemas para llegar a fin de mes, y la mayoría de este grupo son mujeres, por la mayor precariedad laboral en la que se desenvolvieron durante su vida activa. Todos ellos llegaron a Basilea huyendo de una España retrasada y paupérrima: “Un día me contó mi marido: ‘Ayer estuve en casa de Antonio. Oye, tiene que ser muy rico, porque éramos doce y nos tocó silla a todos…”, dice una jubilada. Y otro emigrante explica con agudeza: “Descubrí que los suizos eran distintos cuando me di cuenta de que compraban dos periódicos diferentes del mismo día”. Muchas de las geniales fotos del libro parecen anuncios publicitarios de la época, así de orgullosos se les ve enseñando los trofeos conseguidos. Son como cazadores con las piezas de consumo que han abatido: una motocicleta, un tocadiscos, una cocina inmaculadamente blanca y, sobre todo, ese tótem esencial del éxito que era el coche: “El día en que llegué a la frontera entre Francia y España con mi primer Gordini no pude reprimir las lágrimas: me sentía todo un triunfador”.

Estos emigrantes llevan cuarenta años en Suiza y además, ya ven, se han quedado. La mayoría, porque allí tienen a sus hijos y a sus nietos, pero otros, el 19%, porque se sienten “mejor allí” y creen que en España no podrían adaptarse. En realidad han pasado toda su vida en Basilea. Sin embargo, y esto es lo más increíble de la encuesta, la mitad de los hombres y las tres cuartas partes de las mujeres tienen problemas con el alemán. Nunca consiguieron aprenderlo bien, pese al tiempo que llevan. Y lo más conmovedor es que, aun sin saber el idioma, viviendo como viven bastante aislados y sin poder participar en las elecciones, el 74% de ellos se siente “bien integrado” en Suiza. Cuando contemplemos a los inmigrantes actuales como bichos raros porque farfullan mal el idioma, intentemos no olvidarnos de lo que fuimos.

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