Cuando yo salía de mi colegio, a eso de la una de la tarde, existían ciertos ritos que no podían faltar antes de llegar a casa. El primero de ellos, apostar con el que vendía cubanos o forcha a la entrada del colegio y ver si la suerte nos acompañaba y comíamos gratis. Si la suerte estaba con uno este rito terminaba en la casa con el correspondiente sermón de mi mamá diciéndome "deje de comer comida de la calle!!!... no ve que se puede enfermar y fuera de eso no come cosas que le alimentan". Vale la pena anotar que dentro de esas "cosas que alimentan" estaba la sopa de ahuyama o la ensalada de remolacha, cebolla y tomate. Creo que mi mamá se refería a "cosas que alimentan los traumas de la infancia".
El segundo rito, hacer que los compañeros de colegio perdieran el bus. Extraña costumbre esa de no dejar subir a tus supuestos amigos y compañeros al bus que los llevaba a la casa.
El último rito, el más "divertido" para esa efervescencia de hormonas que es un adolescente, era pasar en el bus cerca de la Plaza de Mercado de la 21 (nunca he sabido si tiene algún otro nombre) y fijarnos en la "Peluquería Patty", la única que en esa época en la que sus peluqueros manifestaban abiertamente su homosexualidad. Para un adolescente, que está animado por sus amigos, gritar "piropos" al grupo de homosexuales que siempre estaban sentados en la puerta, y con la protección de un bus en marcha era lo más arriesgado, divertido y valiente que se podía hacer antes de llegar a la casa.
Hoy después de unos cuantos lustros, algunos viajes, uno que otro amigo que abiertamente me ha confirmado su homosexualidad y más de cuatro años viviendo en Barcelona no puedo evitar reírme al darme cuenta que extraño ver homosexuales en la calle. Si lo reconozco, he dejado de ser adolescente y me he convertido en algo diferente. Esto lo descubrí el fin de semana pasado mientras estaba con mi esposa en un pueblo costero de la costa catalana. Un pueblo costero en Cataluña -y creo que en España- significa, turistas, turistas y más turistas. Dependiendo del pueblo al que se vaya los turistas tendrán forma de una familia compacta, un compacto grupo de borrachos, un compacto grupo de japoneses comprando, ciudadanos de la Europa del este (o la nueva Europa como ellos se sienten), y en algunos pueblos los turistas toman forma de un compacto y feliz grupo de homosexuales.
En el pueblo al que fui los turistas tenían forma de familia-compacta-nórdica. Donde uno mirara, estaba papá con un repertorio de tatuajes, mamá con otros tatuajes, hijos preadolescentes rojos de tanto sol, todos caminando por el centro del pueblo en chanclas y sin camiseta, mientras compraban unos sombreros seudo-mexicanos como recuerdo de la costa catalana.
Tan pronto llegué al pueblo sentía que había algo que no me cuadraba en el paisaje. Veía los sitios para hacerse tatuajes y piercings (que mejor época que unas vacaciones fuera de tu país para hacer lo que uno no se atreve en el propio?), vi el McDonalds con una larga fila, las pizzerías llenas de gente e incluso la venta de camisetas que decían "my girfriend went to Spain and the only thing i got was this t-shirt". En principio todo estaba en orden y no faltaba nada. Sin embargo, algo extrañaba... no sabia que era hasta que vi algo que se salía del patrón: una pareja de homosexuales caminando cogidos de la mano mientras que su mejor amiga, generalmente soltera o divorciada, los acompañaba y se reía con ellos. Eso era lo que extrañaba!... Los homosexuales expresando abiertamente sus sentimientos. Yo mismo me sorprendí de lo lejanos que me sonaban esos ritos del colegio.
Mientras volvía a Barcelona trataba de entender que me había hecho cambiar esa imagen de los homosexuales como un grupo ajeno al paisaje urbano, para ahora considerarlos como parte inherente del mismo paisaje. Así como en Madrid o Bogotá extrañaría la gente con corbata y en Ibagué al campesino que llega a vender sus productos (en la plaza de la 21), de la misma manera extrañaba ver a los homosexuales caminando por las calles de los pueblos turísticos. Varias razones se me vinieron a la cabeza: la primera, y quizas más importante, vivo en Barcelona, la ciudad turística de referencia para el colectivo "gay", así que en estos cuatro años ya me he acostumbrado a los ver los almacenes, agencias de viajes, hoteles, restaurantes, librerías, sex-shops y un largo etcétera especializados en mercado, que por cierto generalmente tienen un elevado nivel de ingresos y de gastos.
En fin, me imagino que en mi caso hoy en día los roles son un poco diferentes. Ahora yo soy parte de ese grupo al que la gente local hasta ahora se está acostumbrando a ver en las calles, en los bares, en los restaurantes. Ahora ya no juego de local, ahora soy (y seré) inmigrante, y creo que con el paso de los años, los locales se acostumbrarán a nosotros, nosotros a ellos y quien quita, algún día sean ellos los que digan: "aquí hay algo que no me cuadra".
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