"Hablamos del siglo XVII (...) El oro y la plata que durante décadas habían llegado por toneladas al puerto de Sevilla desde las minas de América acabaron por hacer de los habitantes de la Península los súbditos más ociosos de Europa: nadie quería trabajar en esta tierra bañada por las riquezas de las flotas de Indias y perdida en un absurdo prejuicio que llevaba a pensar que la "gente de calidad" no debía realizar ninguna actividad manual. Había cundido el hábito de gastar, consumir y exhibir las riquezas, pero no el de producir. De tal manera que la mayor parte de los numerosos objetos suntuarios que adornaban las casas y los cuerpos de la nobleza y la burguesía del reino se fabricaban fuera y eran vendidos aquí por mercaderes extranjeros, italianos, franceses, flamencos o alemanes. Hasta las codiciadas lanas de las ovejas merinas de Castilla y las sedas del Levante salían de nuestros puertos camino de los talleres de ciudades europeas y regresaban convertidos en preciosos y carísimos paños sobre los que se abalanzaban como buitres todas las personas pudientes (...). Mientras que los campesinos, cargaban con casi todo el peso del esfuerzo, no sólo el del trabajo, sino también el fundamental de los impuestos, de los que estaban exentos nobles, soldados y clero."
"La España llorada por Alatriste", Ángeles Castro, pp. 41-44. Revista Magazine, La Vanguardia, 5 de Noviembre de 2006.
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